os presentamos un nuevo país: Rusia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.
LA LEYENDA DE LA OSA MAYOR
Hacía mucho tiempo que no llovía.
Toda la región sufría una gran sequía.
Tanto la gente como el ganado iban consumiendo sus fuerzas debido a la falta de agua
y comida. Se racionaba el agua estrictamente, no había más remedio, los pozos
se estaban agotando.
La casa de Erika, una niña de
ocho años, no era una excepción. Ese día ya habían agotado el agua
correspondiente, no habría más y aun así estaban sedientos. La madre de Erika
sufría ahora unas fiebres altas y la pobre niña pensaba que si lograba traer
agua y darle de beber se curaría.
Así pues, la niña salió de su
casa y se internó en el pequeño bosquecillo que rodeaba el pueblo. Llevaba un
pequeño cacito de asa larga. Esa cantidad sería suficiente para curar a su madre.
La niña anduvo y anduvo. Los
riachuelos estaban secos, no había ni rastro de la menor gota de agua. Al fin,
cuando se disponía a volver a su casa, encontró una roca de la cual caían, muy
espaciadamente, algunas gotas. Erika puso allí su cacito y esperó con inmensa
paciencia que se llenara. Cuando después de varias horas lo hubo llenado empezó
el camino de regreso a casa.
Iba con extremo cuidado para no perder ni una
sola gota de agua, con lo cual avanzaba muy despacio. A mitad de camino, se
encontró con una anciana que sollozaba sentada en una roca.
- -¿Qué le pasa, querida anciana?
- -¡Ay, hija, tengo tanta sed! Y como soy tan
viejecita me encuentro muy débil, no sé si sobreviviré.
Erika miró su cacito y viendo la
necesidad de aquella pobre señora, le dijo:
- -Beba un poquito de este cacito de agua que yo
llevo, verá como se repondrá.
La abuelita bebió. Sintió de
pronto que las fuerzas volvían e inmensamente agradecida deseó suerte a la niña.
Erika siguió su camino sin darse cuenta de que el cazo se había vuelto de plata
y se había llenado de nuevo.
Era ya casi de noche cuando Erika
llegaba a su casa. Justo cuando se disponía a entrar oyó a su vecinito, John,
de cuatro años, que lloraba al otro lado
de la valla. A Erika siempre le había parecido un niño desagradable porque siempre que se
enfadaba daba patadas a todo el mundo.
Se acercó y le preguntó por qué lloraba:
- - ¡Quiero agua! ¡Quiero agua!
- - Pues ven, acércate aquí. Bebe un poquito de mi
cacito y verás que bien te encontrarás…
El niño se acercó, bebió y
sonrió. Se le pasó la angustia y volvió a su casa relajado y contento. Al fin, Erika entró en su casa. Tampoco esta
vez se dio cuenta que el cacito se había convertido en oro y se había vuelto a
llenar.
Erika ofreció al fin el cacito a
su madre diciéndole:
-¡Mamá¡!mamá! ¡Te traigo agua!
Bebe de mi cacito y te curarás…
Y así fue, la madre se sintió
restablecida. Entonces le dijo a su hija que bebiera también de él, pues le
había dejado un poco. Y justo cuando iba
a hacerlo, alguien llamó a la puerta.
Erika abrió y vió a dos metros de la puerta un extraño personaje, un
forastero de aspecto estrambótico cuyo semblante reflejaba un cansancio
extremo.
-Por
favor, ¿tienes algo de agua para darme?
La niña entró a la casa a buscar
el cacito y salió al encuentro del viajero.
Éste lo cogió. De repente, ante la sorpresa de la niña, le dio la vuelta
y dejó caer a tierra la poca agua que tenía. El cazo se convirtió
en un cazo de diamantes y lo lanzó hacia el cielo con inmenso ímpetu. En ese mismo
instante, en el lugar donde había caído el agua, brotó con fuerza una fuente y
el extranjero desapareció.
- - ¡Mamá, mamá!- gritó la niña- ¡agua, agua… un
manantial de agua!
Erika miró al cielo y le pareció
ver brillar en el cielo su pequeño cacito… que seguirá brillando siempre para
recordarnos el valor de su generosidad.
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