Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA
os presentamos un nuevo país: Italia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.
Hoja Italia
UNA ANÉCDOTA DE MIGUEL ANGEL.
Hace muchos
siglos, murió en Roma, a los 90 años de edad, el más grande artista de los tiempos
modernos: Miguel Ángel Buonarroti.
A los catorce
años hizo un dibujo tan perfecto que su maestro dijo: “Este alumno sabe ya
mucho más que yo” y le animó a entrar en la escuela de artistas fundada por
Lorenzo “el Magnífico”. Mientras estuvo en esta escuela, en Roma (1496- 1500) hizo una maravillosa
escultura, llamada “La Piedad”, que representa a la Virgen María con Jesús
muerto en los brazos. Desde que terminó esa escultura, fue considerado como el mejor escultor de Italia.
Luego hizo otras esculturas maravillosas, como el Hércules, el Moisés, el
David… esculturas tan perfectas que dicen que sólo les falta hablar.
Miguel Ángel
también fue pintor. El Papa le encargó pintar la bóveda de la Capilla Sixtina, una pintura inmensa que representa “El juicio
final”. También construyó la Basílica de San Pedro, empleando diecisiete años y
no admitiendo ningún pago.
La anécdota
que relatamos aconteció cuando el Duque
de Toscana anunció un concurso para realizar una estatua de Santa Cecilia.
Eligieron como juez de ese concurso al famoso Miguel Ángel.
Por aquellos días, vivían en Florencia dos
hermanos huérfanos, los hermanos Rolla. El mayor tenía 20 años, y era un
escultor de mucha habilidad. El pequeño se llamaba Carlino; como era un niño
sólo podía ayudar a su hermano mayor haciendo algunos recados y llevando a
vender las pequeñas estatuas que aquél esculpía. Un comerciante de la ciudad se las compraba
por 20 florines de plata cada una y
después las revendía por 80. Sin decir a nadie el nombre verdadero del autor
engañaba a la gente diciendo que las compraba en Alemania.
Un día, al ir
por la calle, Carlino se enteró que el
Duque de Toscana había anunciado un concurso para premiar a la mejor estatua de
Santa Cecilia orando. Para ganar ese premio había que empezar comprando un gran
y hermoso bloque de mármol y buscar alguna persona que hiciera de buen modelo.
Para comprar
el mármol, el joven Rolla vendió casi todo lo que tenía en casa; pero para
pagar a una persona que hiciera de modelo ya no tenía dinero. Se fue, por eso, a la
Iglesia de la Anunciación. Allí vio a una joven que estaba arrodillada con
fervor en el altar. El joven Rolla sacó un papel y un lápiz y detrás de una
columna de la iglesia, hizo un rápido - pero perfecto – dibujo de la hermosa
joven en tan profunda oración. Luego regresó alegre a su pobre taller y comenzó
a trabajar con el mármol para conseguir la deseada estatua.
Como tenía que
hacer también estatuillas para venderlas y así poder vivir, el plazo final para
el concurso se aproximaba muy rápidamente. Por eso trabajaba incluso por las
noches.
Fueron muchas
las estatuas que se presentaron al concurso del gran Duque, quien hizo venir de
Roma a Miguel Ángel para que las viese y decidera cuál era la mejor.
El joven Rolla
trabajaba con gran interés en su escultura y estaba quedando muy bella; pero
cuando llegó al codo , se encontró con una sorpresa: aquella parte de mármol
tenía una veta que corría peligro de romperse. Y si se rompía habría perdido el
trabajo de muchas semanas. Pensó que era mejor ir despacio y tallar aquella
parte delicada cuando se encontrara en paz, sin nerviosismos.
- ¿No terminas aún la estatua? Te ha quedado
preciosa- preguntó Carlino.
- La terminaré dentro de poco, pues necesito estar
en calma.
– Ya, pero el concurso termina mañana-
insistió su hermano pequeño- te has de
dar prisa.
Sin embargo,
el hermano mayor cubrió la estatua con un lienzo blanco y salió a tomar el aire fresco de la
tarde.
Llegó el día
siguiente, que era el plazo final para entregar las estatuas al concurso. El
gran Duque de Toscana pasó a verlas acompañado del gran artista Miguel Ángel.
Este dijo, después de verlas una y otra vez, que ninguna de ellas merecía el
premio prometido. El gran Duque permitió entonces que la gente de la calle
entrara a verlas. Entre esa gente había un niño: Carlino. El niño iba con las
estatuillas que hacía su hermano mayor para venderlas, esperando que alguien le
diese algún dinero para cenar aquella noche. Miguel Ángel, que tenía una
intuición especial, vio aquellas estatuillas
casi por casualidad y le dijo a Carlino:
-¿Qué tienes ahí, pequeño?
-Son unas estatuillas que hace
mi hermano; somos huérfanos y así podemos ir viviendo; mi hermano es escultor.
Con gran bondad, Miguel Ángel compró aquellas
estatuillas por 100 florines cada una y le dijo a Carlino:
-Me gustaría conocer a tu
hermano. Parece un buen artista. ¿Me llevas a tu casa?
Cuando
entraron en la casa, el hermano mayor no estaba. Miguel Ángel vió una estatua
grande cubierta por un lienzo blanco. Carlino dijo: -Espere aquí, Señor; voy a
buscar a mi hermano.
Al quedar
solo, Miguel Ángel levantó el lienzo y quedó maravillado al ver una Santa
Cecilia verdaderamente magistral. Como era experto se dio cuenta también de que
en el codo había una veta de mármol muy frágil, con mucho peligro de romperse
si alguien la seguía tallando. Entonces Miguel Ángel tomó un cincel y un
martillo y con algunos delicados golpecillos dados por sus manos de artista
incomparable terminó la escultura. La volvió a cubrir con el lienzo y poco
después vio llegar a Carlino, muy preocupado: -Lo siento, señor, pero no he
logrado encontrar a mi hermano.
Miguel Ángel
le dijo amablemente: -No te preocupes, volveré mañana; quiero hablar con tu
hermano.
Al anochecer
llegó el joven Rolla a casa. Estaba triste por no haber podido presentar su
escultura al concurso, pues el plazo ya
había acabado. Su hermano Carlino intentó alegrarle diciéndole que un señor muy
importante le había comprado las estatuillas a 100 florines cada una y que al
día siguiente quería hablar con él. Rolla, al cabo de un rato, levantó el
lienzo de su estatua y dijo lleno de sorpresa:
-¡Oh, parece
que un ángel hubiera tocado mi estatua y terminado mi Santa Cecilia por la
parte más difícil…! Y se preguntaba si
aquel misterioso personaje que su hermano le dijera tuviera algo que ver con
todo esto.
Al día
siguiente, tal como había dicho, Miguel Ángel se presentó en su casa junto con el gran Duque. Rolla
quedó sobrecogido al recibir semejante visita y lo comprendió todo. Sólo Miguel
Ángel podía hacer algo tan difícil con tanta perfección.
El Duque quedó
enorme admirado de la estatua y mandó llevarla en su carruaje al palacio para
decir a toda la gente que ésa era la estatua que merecía el premio del
concurso.
Como el joven
Rolla era muy honrado, no quería engañar a nadie. Así, cuando le iban a dar el
premio, dijo: Yo he hecho esta estatua, sí, pero la parte más difícil…
Entonces
Miguel Ángel le hizo un gesto, mandándole callar y tomando él la palabra,
añadió: "Todos los que trabajamos en el mármol tenemos un ángel bueno que nos ayuda
en los momentos más difíciles…"
De esta forma
resplandeció no sólo la gran habilidad artística del gran Miguel Ángel, sino
también su amabilidad y humildad, que ayudó al joven Rolla sin desear que todo
el mundo se enterase.