Queridos
padres, un nuevo año a la vista. Mirémoslo con ilusión y esperanza. Un año nuevo
es siempre una nueva oportunidad para progresar.
Vamos a imaginarnos como
empieza el año nuevo una familia formada por Pedro y María, los padres, y sus
tres hijos. Una noche, cuando los tres niños ya se han acostado, Pedro le dice
a María:”¿Sabes? he estado pensando estos días que creo que tienes razón cuando
me sugieres que no debo engancharme tanto en el ordenador, saber cortar con más
decisión y ayudarte más con las faenas y los chicos. Sí, voy a hacerlo. Por favor, avísame si me despisto”
¿A
quién no le gusta que le hablen así? Ahora supongamos que es María quien se
dirige a Pedro de la siguiente manera: “Hoy me ha tocado la guardia con Marisa,
y me he dado cuenta de lo desagradable que resulta convivir con una persona que
está siempre quejándose de todo y reprochando a todos. Me he visto reflejada ¡qué
horror! Yo también a veces…; de verdad, voy a intentar callarme un poquito más, no cargar el
ambiente con tanto malhumor. Anda, hazme una señal cuando veas que empiezo…”
Todos nos sentimos bien cuando nos hablan así. Ni que decir tiene que llegaran los tres niños,
todos seriecitos y dijeran: “Mamá y papá, hemos hecho una asamblea y este año
nos vamos a proponer jugar a un juego que es el “ni No, ni Espera”. No se
pueden usar estas palabras, en cambio hay que decir “Sí” y “Voy”. Es que
queremos daros más alegrías y no tantos
disgustos.
¿A
que es fácil hacer bonita la vida? Sólo
hace falta que yo protagonice esas palabras. De forma sincera y desinteresada.
Aunque a primera vista nos pueda parecer mejor que nosotros recibamos del otro
esos propósitos de cambio, nos atrevemos a deciros que hay una satisfacción
muchísimo mayor cuando somos nosotros los que damos el paso, cuando nos
atrevemos a “mojarnos” y dar algo de lo nuestro en favor de los demás. Parece
que perdemos, pero en realidad ganamos. Esta es la trágica paradoja que confunde
y arruina tantas vidas: pensamos que la solución es esperar pasivamente a que
el mundo me sea favorable. Este dar el primer paso es una experiencia que hay
que probar, aquí las palabras y argumentos tocan fondo.
Podríamos
decir: “Sí, me gustaría, sí, pero… no puedo, es superior a mí… lo he intentado
a veces, pero es imposible… soy así”
No
debemos engañarnos. Debemos y podemos, pero hay que tener voluntad. Y de eso
queremos hablar. Conocimos un psicólogo
que trabajó con menores y jóvenes que tenían comportamientos conflictivos. Les
planteaba cambiar de vida, cambiar de conducta:”Tú puedes decidir tu vida. Puedes
cambiar, las circunstancias nos marcan, pero a pesar de todo podemos vencerlas
y cambiar. Tú decides”
Esto
despierta unos sentimientos nuevos, de confianza. Y no es un engaño. Es una
realidad: nosotros podemos luchar y vencer situaciones, incluso nuestro propio
carácter. Ciertamente no es tarea fácil, pero con voluntad y ayuda se puede.
¿Qué
os parece aprovechar el inicio de año para hacernos un firme propósito de
mejorar en algo? Los que nos rodean se lo merecen. De hecho, así esperamos que
actúe cualquier institución, empresa… y hasta los gobiernos; que hagan balance
a fin de año para evaluar los puntos a mejorar y así, ofrecer, al siguiente
ejercicio, un servicio mejorado. Por tanto, sería muy natural que a nivel
personal actuáramos así.
Una
vez empecemos, habremos de contar, por supuesto, con muchos intentos fallidos.
No bastan los buenos deseos. Hemos de ver con naturalidad y con ánimo nuestra
gran debilidad. Como en tantos logros de la vida, el secreto está más en la
constancia y voluntad que en las habilidades. Todo aprendizaje se basa en una
práctica, sembrada de intentos, hasta que se adquiere un cierto dominio. Hay
pues, que trabajar con voluntad.
¿ES TAN IMPORTANTE TRABAJAR LA VOLUNTAD?
¿De
qué nos sirve el mejor coche del mundo sin gasolina? Eso es la voluntad en las
personas. Para entenderlo mejor, vamos a pasarnos por un momento al plano de
los hijos, porque, no sé qué nos pasa, que en los otros lo vemos siempre más
claro. Apliquémoslo, por ejemplo, al plano del estudio.
¿No
os parece que en nuestros hijos, quizá en muchos jóvenes de hoy en día,
apreciamos mucha falta de voluntad para estudiar? Y sin embargo, hay gente
realmente capaz.
¡Cuánta
inteligencia desperdiciada, por falta de voluntad…! ¡cuántas habilidades,
ingenio, energías, talentos desperdiciados… sólo por falta de voluntad! Es como si en una zona de gran sequía, donde
el agua es un recurso muy limitado, se abriera un grifo o una fuente y se
dejara correr el agua, indefinidamente… sin que nadie la aprovechara. Todos con
necesidad, pero viendo correr el precioso bien. Así es, el mundo lleno de
necesidades, y los que pueden poner remedio…
Ver a un joven paralítico, nos mueve a compasión.
Pensamos: “en plena flor de la vida y…” ¿No os parece que hoy en día hay muchos
jóvenes “paralíticos” de voluntad? ¡Qué lástima! En plena flor de la vida e
incapaces ya de hacer algo, de aportar… y sin embargo tenemos una sociedad y un
mundo con muchísimo aún por arreglar y mejorar. ¿Habéis pensado alguna vez que
el investigador que descubriera el remedio contra el cáncer hubiera nacido hace ya años y… él (y sus
padres) se contentaron con ir sacando aprobados sin estudiar, que eso ya era
mucho?
A
nivel de investigación, de ciencia… hay mucho por hacer, pero a nivel
humano queda más aún por hacer. Hasta
que África (por decir una zona de tantas) sea convertida en un primer mundo a
nivel de colegios, hospitales, carreteras, industria… queda mucho por hacer. Y
para todo eso se necesitan personas con gran formación y ganas de trabajar.
Hemos
de enamorar a nuestros hijos, a nuestros jóvenes de esta meta. Si estudian con
voluntad llegarán a tener una capacitación y formación para alguna de las mil
facetas que el mundo necesita desarrollar.
Se necesitan profesionales competentes, gobernantes competentes y
acostumbrados a proyectarse en favor de los demás y no de sí mismos.
Para
llegar a esto se necesita empezar ya, con voluntad. Voluntad, fortaleza para hacer lo que
en realidad quieres y no tanto lo que las ganas nos sugiera. Con voluntad podemos llegar a nuestro máximo, por tanto, a nuestra
realización. Ser capaces de llevar el timón y no dejarse desviar por el viento,
mucho menos por una suave brisa. Una persona sin voluntad es como un barco a la
deriva, se lo lleva la corriente.
Por
tanto, se necesita voluntad para no caer en situaciones que arruinan a la
persona, pero también se necesita voluntad para no dejar de hacer todo el bien
que una persona puede.
En
los hijos es fácil de comprender todo esto, pues el instinto de padres, esa
responsabilidad que sentimos, nos hace luchar por su formación y desear que ellos lleguen muy
alto en la vida. Nos sentimos muy pagados, muy satisfechos con sus logros
¿verdad?
Una
vez comprendida la necesidad de educar la voluntad, hemos de trasladarla a
nosotros mismos. Hemos de ser sus maestros. No olvidemos tampoco que, el
mundo está esperando también nuestra
actuación. Sí, nuestra pequeña pero importante aportación. Si queremos hacerla
con esmero y gustando del trabajo bien hecho, también nosotros necesitamos
tener una buena dosis de voluntad.
Os
vamos a poner una historia real que nos ayuda y motiva a desear esta cualidad.
JACKIE ROBISON (Jugador de béisbol)
A
Jackie le gustaba jugar béisbol más que nada en el mundo y tenía aptitud para
ello. Corría como un galgo y era capaz de lanzar la bola a un kilómetro de
distancia de un bateo. Soñaba con participar en las ligas principales en medio
de los gritos de entusiasmo de miles de aficionados. Pero tenía un problema.
Corría el año 1945 y él era negro. En aquellos años en Estados Unidos aún
existía la penosa e injusta costumbre de no admitir a los negros en muchas
actividades junto a blancos. Así, existían las ligas principales (sólo para
blancos) y los negros jugaban sus ligas.
Un
día, el entrenador de los Dodgers de Brooklyn (uno de los equipos de las ligas
principales), Branch Rickey, quiso entrevistarse con Jackie Robison, pues
reconocía en él un gran jugador y le pidió que jugara en su equipo. Jackie no
daba crédito a sus oídos. Branch le dijo que no sería fácil, pues a mucha gente
no le iba a gustar que jugara con los blancos, le abuchearían, le insultarían,
incluso algunos árbitros serían injustos con él…
Sólo
una cosa podría solucionarlo: que tuviera la fuerza de voluntad suficiente para
no contestar ni perder la paciencia; que fuera capaz de conservar la
tranquilidad y jugar lo mejor que pudiera. Así
no daría motivos para ser expulsado del béisbol.
Jackie
se lo pensó muy bien, pues no era fácil de cumplir, pero mirando a los ojos del
señor Rickey dijo: - Lo haré. Lo prometo.
Primero
estuvo jugando en un equipo filial de los Dodgers llamado los Royals de
Montreal. Ocurrió todo lo que el entrenador había predicho. Algunos jugadores
lo insultaban, otros se negaban a jugar con él, otros lo pisaban o empujaban en
el campo; los lanzadores le arrojaban la pelota con intención de golpearlo.
Incluso un policía lo amenazó con arrestarlo si no abandonaba el campo de
juego.
Esto
hería profundamente los sentimientos de Jackie. A veces se enojaba tanto que le
entraban ganas de alzar los puños y devolver el golpe. Entonces se acordaba de
su promesa y se decía a sí mismo: ¡No! No contestaré. Tengo que mantener la
calma, tengo que ganar.
Al
año siguiente fue a jugar con los Dodgers ¡por fin estaba en las ligas
principales! Durante el primer partido todas las miradas estaban sobre él.
Sabía lo que se jugaba y le temblaban las piernas. Cuando llegó su turno, salió
a la base y golpeó la pelota con todas sus fuerzas. La multitud oyó el golpe
seco del bate y vio como la pelota volaba y volaba y seguía volando hasta salir
por encima del muro más lejano del estadio. Jackie recorrió todas las bases y
todo el mundo comprendió que era un jugador de béisbol extraordinario.
A
pesar de eso, sus problemas no habían acabado, de hecho siguieron insultándole,
empujándole… pero él cada vez que salía al campo, renovaba su propósito de
mantener la calma… y no dejó de jugar maravillosamente al béisbol.
Un
día, uno de los compañeros de su equipo, un jugador llamado Pee Wee Reese,
cruzó el campo para charlar con él. Mientras hablaban le puso una mano en el
hombro con gesto amistoso y un fotógrafo les sacó una instantánea juntos. Los periódicos de todo el país
publicaron la foto. El mensaje era claro: había jugadores blancos que sentían
simpatía por Jackie, sabían que era un gran jugador y querían tenerlo en su
equipo. No les importaba el color de su piel.
A
partir de entonces, cuanto más jugaba más respeto se granjeaba y cuando acabó
su primera temporada fue proclamado el mejor jugador nuevo de la liga.
Desde
ese momento, empezó a haber judadores de color en las ligas principales de los
Estados Unidos.
Gracias a su fuerza de voluntad consiguió el sueño de
su vida y sin pensarlo, algo aún mucho más grande, marcó en la historia un gran paso a favor de
la igualdad y el respeto a todos los hombres, independientemente de su raza.