Imaginemos
que nos entrara la moda de no preparar nada de comer a nuestros hijos en
desayuno, comida, merienda y cena. ¡Qué cómodo!¿verdad? Pero… ¿aceptarían ellos
esta nueva costumbre? Posiblemente a las pocas horas de levantarse dirían que
tienen hambre. Abriríamos el armario y buscaríamos algo para picar: unas
galletitas, unas onzas de chocolate… algo para engañar al estómago. Claro, esto
realmente no alimenta con que al cabo de unas horas nos pedirían más. De nuevo
a matar el hambre con otra cosilla: unas pipas, un trozo de pan, unas patatas
fritas... El cuerpo demandaría constantemente porque necesita una dieta
“verdadera”, no que engañe. Y vuelta al armario.
Decidnos:
¿Qué tipo de alimentación estarían teniendo nuestros hijos? Estamos de acuerdo:
un auténtico desastre. Estaríamos creando unos organismos totalmente débiles,
enfermizos e incapaces. Realmente no sabemos cuánto aguantarían sin fallar por
algún lado.
Además,
aunque al principio dijéramos: “¡qué gusto eso de no tener que preparar comida!
Se acabaron las preocupaciones…”, no nos engañemos, al final nos molestaría que
nos pidieran de “picar” de forma constante. Acabaría pareciéndonos que nos
interrumpen constantemente (pues cuando no es uno es otro), nos parecería otro
tipo de “esclavitud”, atados a tanta petición cansina e inoportuna.
Toda
esta suposición la vemos disparatada. Una forma de proceder totalmente
incorrecta. Indudablemente, si no les damos de comer a la hora, lo pedirán a
deshora.
Pero
vamos ahora a pasarnos al terreno de la educación. ¿No puede ser que hagamos lo
mismo? Si no educamos “a la hora”, tendremos que hacerlo a deshora.
Imaginemos
a Juan, un niño como cualquier otro. Nada más llegar a casa deja el abrigo en
el sofá y coge un tebeo. Después se sienta “resbalao” en el sofá.
-Juan, cuelga el abrigo.
Juan
sigue leyendo su tebeo. Al cabo de un rato:
-Juan ¡cuelga el abrigo! Pero… ¿aún
estás así? Anda, ponte rápido las zapatillas de estar por casa y siéntate bien…
A
la hora de comer:
-¡no toques la comida con los
dedos!...
-¡no te eches para atrás en la silla
y estate quieto! ¿vale?...
-¿quieres dejar a tu hermano
tranquilo, por favor?...
Después
de una agradable comida llega la hora de volver al cole:
-Juan ¿quieres peinarte de una vez que aún llegaremos tarde?
Por la
tarde al salir del cole tomamos la
merienda en el parque y allí todos se airean. Juan va a lo suyo y corre sin
mirar, casi tira al suelo a un anciano
que iba tranquilo.
-¡¡ Juan, por favor!! ¡Ten cuidado y
mira por dónde vas!
Y
así podríamos seguir: para volver a casa, para ponerse a estudiar, para que no
se pelee con su hermano, para que recoja su habitación, para que hable con
respeto… ¿no os suena eso? en fin,
todos tenemos hijos muy bien
surtidos.
Nunca
nos irá mal revisar este punto de vez en cuando, por más que creamos que ya lo
vamos haciendo bien. ¿No ocurre muchas veces que reducimos la educación a un
reprochar y corregir cuando aflora un
mal comportamiento o actuación en ellos? Además lo hacemos al instante, sin mirar
si es el momento más adecuado, con peligro de que sea con mal humor, mal tono y
mala cara. Más puede parecer un desahogo nuestro que un propósito real de
educar, porque de hecho generalmente no tomamos después ningún tipo de
medida. ¿Os suena eso de: “Perro
ladrador, poco mordedor”…? Y lo mejor es que queremos que nos acepten la
advertencia con sumisión, alegría y deseo de superarse…
Estas
“ansias” educativas que nos entran las podríamos comparar con uno que, ante el
enemigo, saca la metralleta y desesperado dispara a lo loco, sin control, sin
mirar…Más nos valdría apuntar con toda serenidad al blanco y un solo tiro. Así
no fallamos.
¿Qué sería entonces educar a la hora?
Nos
sirve de ayuda pensar en los colegios. ¿Cómo
transmiten conocimientos? Explicándolos, hablando de ellos.
En
la educación lo mismo; se trataría de ir “explicándoles” cómo son las cosas:
cómo se vive en sociedad; qué son normas de educación y qué faltas de educación;
fomentar los buenos sentimientos, el respeto y tolerancia; saber reconocer
errores y pedir disculpas; hablar de lo bonito que es el orden, las ventajas de
ser trabajador y no perezoso; la suerte de que confíen en ti por ser
responsable…y de que empleen sus muchas cualidades para hacer que este mundo
sea un poquito mejor, que es nuestra obligación... ¡Cuántos temas vitales para
hablar!
Todo
esto dado poquito a poco, según la edad… Es muy bueno acostumbrarse a hablar
con los hijos diariamente, con motivo también de algo que ocurre, vemos o
viven. Aprovechar las ocasiones que la vida nos brinda, que si estamos atentos,
son miles. Porque en eso consiste ser padres, en enseñarles qué es la vida y
cómo han de realizarse en ella, proyectando lo mejor de sí en beneficio del
bien de todos. A fin de cuentas ¿de qué sirven tantas matemáticas, informática
e idiomas… si no es para eso? Si viven así se sentirán felices y realizados, si no, fracasados. Por
tanto, las materias que los padres enseñamos son incomparablemente más vitales
e importantes que todos los conocimientos técnicos que puedan adquirir. ¿No
merece, pues, la pena que dediquemos tiempo a enseñarles todo esto?
Si
aseguramos ese ratito diario de trato personal, ese “alimento a su hora”, se sentirán mejor, sabrán mejor cómo deben
portarse y por tanto, habrá menos comportamientos incorrectos (con lo cual ya
no tendremos que corregir o “educar a deshora” tantas veces). Como suele decir
el refrán: “Se recoge lo que se siembra” y “más vale prevenir que curar”.
También puede valer aquello de ir trabajando cada mes o cada año un valor, como
os hemos propuesto tanto el mes pasado (Proyecto global para trabajar la escucha y la atención) como en el Programa de educación en valores a través de cuentos.
Si
se portaban mal por llamar la atención, también lo harán menos, porque ahora ya
está saciado su deseo de ser tenidos en cuenta.
Con
los hijos es mejor ir por delante de ellos, dirigiendo y proponiendo que no por
detrás, arreglando y sufriendo sus equivocaciones. Lógicamente nos sentiremos
más realizados haciendo de auténticos padres que no haciendo de “escobas”. Como
veis, mirémos por donde lo miremos es muy interesante sacarse un ratito para
“educar a la hora” (por más que nos parezca que no tenemos tiempo). Y por si
aún os queda alguna duda, os trascribimos un texto que nos han proporcionado y
que viene como anillo al dedo.
EL GESTOR DE TIEMPO
Y EL TARRO DE PIEDRAS
Un experto asesor de empresas
especialista en gestión de tiempo, quiso sorprender a los asistentes a su
conferencia. Sacó de debajo del escritorio de exposición, un frasco grande de
boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja de piedras del tamaño
de un puño y preguntó:
-¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?
-¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?
Después que los asistentes
hicieron sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta llenar el frasco. Luego
volvió a preguntar:
-¿Les parece que está lleno...?
Todo el mundo lo miró y asintió
pero con temor y dudas. Entonces el conferenciante sacó de debajo del
escritorio una bolsa con piedras más pequeñas, las metió en el frasco y lo
agitó. Las pequeñas piedras penetraron por los espacios que dejaron las grandes
piedras. El experto sonrió con ironía y repitió:
- ¿Les parece que ahora está lleno...?
Esta vez la audiencia dudó:
- Tal vez no...- dijeron a coro.
- Bien... Veo que están atentos.
Y ubicó sobre la mesa un cubo de
arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos
que dejaban las piedras y las piedrecillas.
- ¿Ahora si les parece que está
lleno...? -volvió a preguntar.
- Sí- exclamaron con seguridad los asistentes.
- Bien- y acto seguido tomó una
jarra de agua que comenzó a verter en el frasco hasta cubrirlo totalmente.
- Bueno, ¿qué hemos demostrado?- preguntó.
- Bueno, ¿qué hemos demostrado?- preguntó.
-Que
no importa lo apretada que tengas tu
agenda. Si te empeñas al final hay tiempo para todo- dijo uno de los
asistentes.
- No –dijo el asesor. Lo que esta
lección nos enseña es que si no colocamos las piedras grandes primero, nunca
las podremos colocar después... Ahora bien: ¿cuáles son las piedras grandes de
nuestra vida...? ¿mis hobbies, la salud, el dinero, la familia, la educación…? Recuerden:
estas piedras grandes pónganlas primero en su vida. El resto ya encontrará su
lugar.