Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA
os presentamos un nuevo país: Grecia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.
EL REGALO DE SPIRIDOULA (Alki Goulimis)
Las islas rocosas del mar Egeo
forman parte de Grecia. Desde hace miles de años, los hombres que viven en
estas islas se ganan la vida trabajando como pescadores o marineros.
En la isla soplaba un viento del
norte tan frío que helaba el aliento. El mar tempestuoso arremetía contra los
acantilados donde vivía Spiridoula, en una casita de piedra. Dentro de la
casita, unos gruesos troncos chisporroteaban juguetonamente en la chimenea y
una espléndida gallina se cocía en una olla. Cada vez que la madre de
Spiridoula levantaba la tapadera para mirar la gallina que se cocía, la
estancia se llenaba de un delicioso aroma.
Era la víspera de Navidad y la
madre de Spiridoula preparaba la comida de Nochebuena. La mesa
del comedor estaba cubierta con un mantel nuevo de vistosos colores y había un plato
de melomakarona. Pero ni Spiridoula ni
su madre parecían tener prisa por sentarse a la mesa.
Tras inspeccionar cada cinco
minutos la gallina que se estaba cociendo, la madre iba a la ventana y miraba
al exterior. La naricilla de Spiridoula se pegaba contra la otra ventana. Una y
otra vez su aliento empañaba el cristal y ella lo limpiaba con la mano.
-¿Cuándo crees que regresará
papá?- preguntó Spiridoula.
-De un momento a otro- replicó la
madre suspirando, mientras se inclinaba sobre la olla.
-¡No puede esperar ¡ ¡Tengo
tantas ganas de ver la muñeca que me prometió!- continuó Spiridoula- ¿Cómo
crees que tendrá el pelo, rubio o moreno? ¿De qué color serán los ojos?
- No lo sé, querida. ¿No quedamos
en que tendrías paciencia hasta que llegara tu padre?
-Sí, pero ¿por qué se retrasa
tanto?
-Porque hay una tempestad en el
mar y es muy difícil llegar a nuestro pequeño puerto con el bote.
-¡Oh, mamá! ¿quieres decir que a
lo mejor papá no viene esta noche? ¡Quiero ver mi muñeca!
La madre no replicó. Spiridoula
era demasiado joven para entender los peligros del mar en medio de una
tormenta. Su padre era capitán de un barco y estaba mucho tiempo ausente. Pero
escribía todas las semanas. Spiridoula esperaba impacientemente al cartero,
bajaba corriendo la empinada cuesta para recibirle en cuanto le veía
aproximarse. Su madre le esperaba ansiosamente en las escaleras. Después leía la carta en voz alta, lenta y
cuidadosamente, mientras Spiridoula
escuchaba muy atentamente.
Después de mencionar dónde
estaba, qué hacía, que se encontraba bien y preguntar por la familia, el padre
escribía sobre los países que visitaba. En cada carta repetía que no podía
esperar más a llegar a casa para estar con su
mujer y su hija. En su última carta añadió una página especial para
Spiridoula, en la que le hablaba de la hermosa muñeca que había comprado para
ella. La única condición era que se tenía que portar bien hasta Navidad, momento en que papá llegaría a casa con la preciosa muñeca .
Cuando la madre terminó de leer
esta página, Spiridoula le pidió que la volviera a leer. Y así lo hizo la
madre, una y otra vez, hasta que Spiridoula se la supo de memoria. Después
venían las preguntas.
-Mamá ¿cómo será la muñeca? ¿de
qué color será el pelo? ¿será corto, largo, liso, rizado? ¿llevará un vestido
de seda? ¿llevará zapatitos blancos? No, quiero que lleve zapatos rojos y un
precioso paraguas.
Finalmente llegó Navidad, pero no
llegaba el barco del padre.
El mar se puso cada vez más feo y
tormentoso. El viento del norte se hizo más fuerte, como si fuera a arrastrar
la casa hacia el mar. Después llegó la lluvia, mezclada con granizo que
martilleaba las ventanas.
Los troncos se habían quemado
totalmente, dejando sólo cenizas en el hogar. La gallina estaba ya preparada,
pero ni Spiridoula ni su madre tenían hambre. Spiridoula estaba aún en la
ventana mirando, vigilando, esperando.
Unas lágrimas rodaron por las
mejillas de la madre de Spiridoula, al ver que la tormenta continuaba. Cerró
los ojos y rezó con todas sus fuerzas y con toda su alma para que un milagro
salvara a su marido en aquella noche santa.
En aquel momento, oyó un golpe
débil en la puerta. Su corazón latió con más fuerza. Dio una vuelta a la llave
y la puerta se abrió.
Allí estaba su marido, con los
vestidos pegados al cuerpo, mojados y cubiertos de barro. Estaba tan cansado
que apenas pudo arrastrarse a una silla cerca de la chimenea.
La madre pidió a Spiridoula que
se apresurara a traer ropas secas para su padre. Después apiló troncos en la
chimenea y volvió a encender fuego. Al cabo de un rato, cuando ya el padre se
recuperó un poco, les explicó lo que había ocurrido. Su barco se encontró en medio de una
gran tormenta y no pudo continuar el viaje. La tripulación tuvo que dejar el
barco en la parte más alejada de la isla. Había hecho todo el camino a pie para
evitar que su familia se preocupara por él. En el camino, se había perdido y
había caminado sin rumbo durante cuatro horas, con la lluvia y el barro.
Mientras le escuchaba, la madre
de Spiridoula dio gracias al cielo por haber ayudado a su marido a llegar a
casa sano y salvo.
Spiridoula no dijo nada. Se
limitaba a mirar a su padre, esperando ver la muñeca que había prometido
llevarle a casa. ¡Había esperado tanto tiempo la muñeca, la hermosa muñeca con
zapatos rojos!
De repente, como si hubiera leído
el pensamiento de su hija, el padre la miró a los ojos y le dijo suavemente:
-Spiridoula, ven acá. Siento no
haberte traído el regalo prometido. La muñeca se perdió en la tormenta. Pero la
próxima vez que salga a la mar, te traeré otra muñeca mucho más bonita.
Spiridoula miró la cara de su
padre. Sus ojos estaban tristes, aunque llenos de ternura y amor. Parecía tan
cansado… De pronto, la muñeca ya no le pareció tan importante.
Spiridoula saltó al regazo de su
padre y le dijo:
-No te preocupes, papá. Soy muy
feliz viendo que has vuelto sano y salvo a casa.
Sin decir palabra, el capitán
besó tiernamente a su hija. Y Spiridoula pensó que acababa de recibir el mejor
de los regalos.