Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA
os presentamos un nuevo país: Austria, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.
Hoja Austria
Hoja Austria
UNA ANÉCDOTA DE MOZART.
Era el siglo XVIII, allá por el
1780. En Austria, el gran compositor Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) estaba trabajando todo un sábado en su casa de
campo. Trabajaba con su piano. Le habían encargado que compusiera una excelente
obra musical para una gran fiesta de la ciudad. Todos confiaban en que le
saldría una composición musical estupenda, porque era sabido que era uno de los
mejores músicos de Europa.
Ese día, sin embargo, Mozart no
estaba de suerte. Un dolor de cabeza bastó para que se encontrar de mal humor:
no trataba a su querido piano con el cariño que solía hacerlo; sentía por
dentro como si estuviera haciendo una melodía a la fuerza, sin ganas. Menos mal
que Mozart, como todos los grandes hombres, tenía una gran fuerza de voluntad.
Por eso, una y otra vez, intentó – aún sin ganas- inventar una pieza musical
hermosa, tal y como se lo habían pedido.
Sin embargo, a las tres de la
tarde, todavía sin comer, Mozart no había conseguido aún escribir una melodía
que le gustase. Había escrito ya, al menos, unas treinta hojas llenas de notas
musicales… pero ninguna de ellas le acababa de gustar. Tan disgustado estaba
que estuvo a punto de ir a quien le había encargado la composición a decirles
que buscaran otro músico, pues él no se encontraba bien. ¡Pero no lo hizo, no
quería defraudar a quienes tanto habían confiado en él! Así que, después de
comer un poco, siguió toda la tarde escribiendo muchas más hojas con nuevas
notas musicales. Al final, enormemente cansado, le pareció que una melodía
sonaba “algo mejor” que las otras.
Decidió dejar el piano y marchar
con esa última composición a una casa donde se reunían sus mejores amigos
músicos. Aquella noche se encontraba allí
un gran amigo suyo: Joseph Haydn. Todos
estaban esperando que Mozart tocara en el piano la obra recién compuesta.
Mozart, además de malhumorado, estaba inseguro; en el fondo pensaba que aquella
composición no valía mucho. Por fin, se puso a tocarla. Sus manos, aquella
noche, no se deslizaban tan diestramente como solía hacerlo siempre. Su estado
de ánimo y el cansancio le estaban jugando una mala pasada. Cuando terminó de
tocar, se levantó de golpe, cogió la partitura, llena de notas musicales, que
tanto trabajo le había costado escribir y, después de arrugarla, la echó a una
papelera.
Joseph Haydn, que conocía muy bien el gran
valor de la música de Mozart, cogió serenamente el papel que había tirado a la papelera, lo alisó, lo puso de nuevo en
el atril del piano y él mismo tocó de nuevo la obra. Lo hizo con tanta ilusión
y tan bien que le propio Mozart quedó sorprendido. Al oir como su amigo tocaba
y la hacía sonar maravillosamente bien, le saltaban lágrimas de gozo.
Cuando acabó de tocar la melodía,
Mozart fue a su encuentro y le dio un amigable abrazo de agradecimiento. Se
trataba, nada menos, que de la gran composición musical: “Pequeña música
nocturna”. De no haberse encontrado con un buen amigo, que tuvo la paciencia de
escuchar, hacerse cargo de su estado de ánimo y de apoyarle, hubiera estropeado
una de sus más hermosas obras musicales.