jueves, 26 de febrero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: AUSTRIA. Constancia y Amistad.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Austria, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Austria



UNA ANÉCDOTA DE MOZART.

Era el siglo XVIII, allá por el 1780. En Austria, el gran compositor Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) estaba  trabajando todo un sábado en su casa de campo. Trabajaba con su piano. Le habían encargado que compusiera una excelente obra musical para una gran fiesta de la ciudad. Todos confiaban en que le saldría una composición musical estupenda, porque era sabido que era uno de los mejores músicos de Europa.

Ese día, sin embargo, Mozart no estaba de suerte. Un dolor de cabeza bastó para que se encontrar de mal humor: no trataba a su querido piano con el cariño que solía hacerlo; sentía por dentro como si estuviera haciendo una melodía a la fuerza, sin ganas. Menos mal que Mozart, como todos los grandes hombres, tenía una gran fuerza de voluntad. Por eso, una y otra vez, intentó – aún sin ganas- inventar una pieza musical hermosa, tal y como se lo habían pedido.

Sin embargo, a las tres de la tarde, todavía sin comer, Mozart no había conseguido aún escribir una melodía que le gustase. Había escrito ya, al menos, unas treinta hojas llenas de notas musicales… pero ninguna de ellas le acababa de gustar. Tan disgustado estaba que estuvo a punto de ir a quien le había encargado la composición a decirles que buscaran otro músico, pues él no se encontraba bien. ¡Pero no lo hizo, no quería defraudar a quienes tanto habían confiado en él! Así que, después de comer un poco, siguió toda la tarde escribiendo muchas más hojas con nuevas notas musicales. Al final, enormemente cansado, le pareció que una melodía sonaba “algo mejor” que las otras.

Decidió dejar el piano y marchar con esa última composición a una casa donde se reunían sus mejores amigos músicos. Aquella noche se encontraba allí  un gran amigo suyo: Joseph Haydn. Todos estaban esperando que Mozart tocara en el piano la obra recién compuesta. Mozart, además de malhumorado, estaba inseguro; en el fondo pensaba que aquella composición no valía mucho. Por fin, se puso a tocarla. Sus manos, aquella noche, no se deslizaban tan diestramente como solía hacerlo siempre. Su estado de ánimo y el cansancio le estaban jugando una mala pasada. Cuando terminó de tocar, se levantó de golpe, cogió la partitura, llena de notas musicales, que tanto trabajo le había costado escribir y, después de arrugarla, la echó a una papelera.
Joseph Haydn, que conocía muy bien el gran valor de la música de Mozart, cogió serenamente el papel que había tirado  a la papelera, lo alisó, lo puso de nuevo en el atril del piano y él mismo tocó de nuevo la obra. Lo hizo con tanta ilusión y tan bien que le propio Mozart quedó sorprendido. Al oir como su amigo tocaba y la hacía sonar maravillosamente bien, le saltaban lágrimas de gozo.


Cuando acabó de tocar la melodía, Mozart fue a su encuentro y le dio un amigable abrazo de agradecimiento. Se trataba, nada menos, que de la gran composición musical: “Pequeña música nocturna”. De no haberse encontrado con un buen amigo, que tuvo la paciencia de escuchar, hacerse cargo de su estado de ánimo y de apoyarle, hubiera estropeado una de sus más hermosas obras musicales. 

miércoles, 25 de febrero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: SUIZA. La paz


Siguiendo la programacion temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Suiza, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Suiza


 LA MAYOR HAZAÑA.




Hace muchísimos años existió un rey que tenía tres hijos. Se sentía mayor y veía acercarse la hora de su muerte. Tenía una preocupación: el  reino vecino era un pueblo ambicioso  y bélico. La situación era delicada y quería asegurar que su reino viviera en paz y fuera gobernado con bondad y justicia. ¿Cuál de sus hijos sería el más capacitado para esta misión?

Por ello, llamó a sus tres hijos y les dijo: “Quiero que marchéis de palacio tres días y realicéis alguna hazaña valerosa, pues tengo que decidir quién de vosotros tres será el heredero.”

Los tres príncipes cogieron sus caballos y  fueron en busca de una oportunidad para mostrar su valor.

El primero vio un grupo de soldados del ejército enemigo que habían atracado una gran barca en el lago. Habían bajado y se habían internado en el bosque.  Entonces  el  príncipe pensó: “¡es mi oportunidad!  Puedo acercarme al barco cautelosamente, dañar el casco y hundirlo, así el enemigo perderá fuerza. Es una misión arriesgada, pero así demostraré  mi valor y posiblemente mi padre me elegirá por heredero.”
Y así lo hizo.

El segundo hermano también se puso en camino y vio a unos mercaderes que llevaban una pequeña caravana de burros y caballos cargados  de mercancías. De repente, cinco bandidos salieron de entre los árboles y rodearon la pequeña comitiva, amenazándoles con matarles si no les daban la mercancía.

 El príncipe cabalgó hacia ellos, y desenvainó su espada. Pronto demostró su habilidad y destreza  haciendo frente a los cinco forajidos, a quienes venció  y  apresó. Después  el príncipe custodió a los mercaderes todo el camino hasta la población más cercana, donde, muy agradecidos se despidieron de él  y los bandidos fueron entregados a la justicia.

El príncipe quedó contento de su hazaña: “Mi padre estará satisfecho con  mi hazaña, he demostrado valor, habilidad y he actuado con justicia”.

Mientras tanto, el príncipe más joven iba cabalgando buscando su oportunidad.  Era mitad de tarde del tercer día;  llegó a un punto elevado del camino desde el que se divisaba una vasta extensión. Detuvo su caballo y  oteó el horizonte en silencio. Todo estaba en calma. Resignado  tiró de las riendas del caballo y dio media vuelta para volver. No había tenido suerte, no había tenido ocasión de realizar ninguna hazaña.

Decidió regresar  por otra senda, más estrecha, que se adentraba por el bosque. No llevaba mucho rato cuando oyó un ligero gemido no muy lejos del sendero. Al dirigir la mirada hacia aquel lugar, pudo ver un caballo lujosamente engalanado.  Sin duda algún rico y noble caballero habría ido de cacería y se habría lastimado.  Efectivamente, al irse acercando vio a una persona elegantemente vestida tendida en el suelo y gimiendo de dolor.  El  príncipe bajó del caballo. El desconocido no podía levantarse, parecía  tener la pierna fracturada.  Cruzaron sus miradas y ante los emblemas que ambos ostentaban  se dieron cuenta que ambos se encontraban ante el príncipe del reino vecino. El  herido quedó paralizado,  consciente de  ser presa fácil de su enemigo. ¿Qué haría su adversario? Se miraron en silencio.

Entonces, el príncipe deseoso de hazañas, desenvainó su espada y… la lanzó muy lejos. Luego tendió la mano a su enemigo y le dijo: “No temáis, os ayudaré”.

Le enderezó la fractura y le entablilló la pierna dándole  licor para disminuir el dolor. Le subió a su cabalgadura y  emprendieron la marcha. Llegaron hasta un monte desde donde se divisaba muy próximo el castillo del reino vecino. Una vez allí, se dieron la mano y se despidieron.

Después de seguir con la mirada su llegada al castillo, nuestro joven príncipe dio la vuelta y galopó hasta volver a su hogar.


Al día siguiente el rey convocó a sus tres hijos y después de escuchar el relato de sus tres hijos, concluyó: “¡Cuánto me alegro de escucharos y de comprobar vuestro valor” . Y llamando al más joven, puso su mano sobre el hombro y añadió: “Tú serás el heredero, pues el valor más grande es el de vencerse a uno mismo, pensando más en el bien del otro  que en enaltecerse a uno mismo. Ese gesto que has tenido demuestra un corazón noble,  una valentía y fortaleza superior que traerá la paz y la amistad entre los dos reinos. ”

miércoles, 18 de febrero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: RUSIA. La generosidad.



Siguiendo la programacion temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Rusia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

 LA LEYENDA DE LA OSA MAYOR

Hacía mucho tiempo que no llovía. Toda la región sufría una  gran sequía. Tanto la gente como el ganado iban  consumiendo sus fuerzas debido a la falta de agua y comida. Se racionaba el agua estrictamente, no había más remedio, los pozos se estaban agotando.

La casa de Erika, una niña de ocho años, no era una excepción. Ese día ya habían agotado el agua correspondiente, no habría más y aun así estaban sedientos. La madre de Erika sufría ahora unas fiebres altas y la pobre niña pensaba que si lograba traer agua y darle de beber se curaría.

Así pues, la niña salió de su casa y se internó en el pequeño bosquecillo que rodeaba el pueblo. Llevaba un pequeño cacito de asa larga. Esa cantidad sería suficiente para curar  a su madre.

La niña anduvo y anduvo. Los riachuelos estaban secos, no había ni rastro de la menor gota de agua. Al fin, cuando se disponía a volver a su casa, encontró una roca de la cual caían, muy espaciadamente, algunas gotas. Erika puso allí su cacito y esperó con inmensa paciencia que se llenara. Cuando después de varias horas lo hubo llenado empezó el camino de regreso a casa.

 Iba con extremo cuidado para no perder ni una sola gota de agua, con lo cual avanzaba muy despacio. A mitad de camino, se encontró con una anciana que sollozaba sentada en una roca.
-           -¿Qué le pasa, querida anciana?
-         -¡Ay, hija, tengo tanta sed! Y como soy tan viejecita me encuentro muy débil, no sé si sobreviviré.

Erika miró su cacito y viendo la necesidad de aquella pobre señora, le dijo:
-         -Beba un poquito de este cacito de agua que yo llevo, verá  como se repondrá.

La abuelita bebió. Sintió de pronto que las fuerzas volvían e inmensamente agradecida deseó suerte a la niña. Erika siguió su camino sin darse cuenta de que el cazo se había vuelto de plata y se había llenado de nuevo.

Era ya casi de noche cuando Erika llegaba a su casa. Justo cuando se disponía a entrar oyó a su vecinito, John, de cuatro años,  que lloraba al otro lado de la valla. A Erika siempre le había parecido un  niño desagradable porque siempre que se enfadaba  daba patadas a todo el mundo. Se acercó y le preguntó por qué lloraba:

-          -  ¡Quiero agua! ¡Quiero agua!
-      - Pues ven, acércate aquí. Bebe un poquito de mi cacito y verás que bien te encontrarás…

El niño se acercó, bebió y sonrió. Se le pasó la angustia y volvió a su casa relajado y contento.  Al fin, Erika entró en su casa. Tampoco esta vez se dio cuenta que el cacito se había convertido en oro y se había vuelto a llenar.

Erika ofreció al fin el cacito a su madre diciéndole:
      -¡Mamá¡!mamá! ¡Te traigo agua! Bebe de mi cacito y  te curarás…

Y así fue, la madre se sintió restablecida. Entonces le dijo a su hija que bebiera también de él, pues le había dejado un poco.  Y justo cuando iba a hacerlo, alguien llamó a la puerta.  Erika abrió y vió a dos metros de la puerta un extraño personaje, un forastero de aspecto estrambótico cuyo semblante reflejaba un cansancio extremo.

       -Por favor, ¿tienes algo de agua para darme?

La niña entró a la casa a buscar el cacito y salió al encuentro del viajero.  Éste lo cogió. De repente, ante la sorpresa de la niña, le dio la vuelta y dejó caer a  tierra  la poca agua que tenía. El cazo se convirtió en un cazo de diamantes y lo lanzó hacia el cielo con inmenso ímpetu. En ese mismo instante, en el lugar donde había caído el agua, brotó con fuerza una fuente y el extranjero desapareció.

-             - ¡Mamá, mamá!- gritó la niña- ¡agua, agua… un manantial de agua!

Erika miró al cielo y le pareció ver brillar en el cielo su pequeño cacito…  que seguirá brillando siempre para recordarnos el valor de su generosidad.



lunes, 2 de febrero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: PORTUGAL. La sinceridad


Siguiendo la programacion temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Portugal, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Portugal

Hace muchos años, en un pequeño pero bello reino, vivía un rey muy amable y cortés. Tenía una hija a la que quería muchísimo y veía acercarse la hora de buscarle un buen marido. La joven, por su parte, sabiendo el gran paso que era contraer matrimonio quería asegurarse bien de quien sería el compañero de su vida. Por ello, convenció a su padre para  hacer una singular prueba.

 Un pregonero real hizo llegar a todos los rincones del reino el siguiente comunicado:
“De parte de su Majestad, el Rey, se convoca a todos los jóvenes caballeros del reino al patio de armas del castillo real en la próxima luna llena”.

Allí  acudieron varios cientos de jóvenes. Los reyes y su hija salieron a recibirlos.  Entonces el rey fue llamando, uno a uno, a todos los caballeros para que se acercaran a donde ellos estaban.  El rey los saludaba, preguntaba su nombre y les dirigía unas palabras. La princesa le daba una bolsita de semillas encargándole que las sembrara y cuidara con mimo. Al transcurrir un año tenían que volver de nuevo para ver qué habían conseguido. Entonces el Rey escogería, según los resultados, el caballero al que sería concedida la mano de su hija. Finalmente, todos fueron despedidos.

En dos días el pueblo se llenó de macetas: unas en los alfeizares de las ventanas, otras en los dinteles de las puertas, otras colgadas de las paredes… y todos se pusieron a esperar.

Fue pasando el tiempo.  La noticia de que había aparecido el primer brote en una de las macetas corrió por el pueblo como la pólvora. Pronto empezaron a salir más. En cuestión de unas semanas la mayoría de las macetas ya tenían su pequeña plantita.

Pero de la maceta de nuestro protagonista, el caballero Hernán, no brotaba ni el más triste tallito. “Será cuestión de esperar…”- se decía a sí mismo para consolarse.

Llegó  la primavera y el pueblo se llenó de color. No se hablaba más que de las flores, se porfiaba sobre  cual era la más bonita;  unos admiraban el colorido, otros el frescor y verdor de sus hojas, otros el olor, otros simplemente la belleza de la flor… ¿quién sería escogido como futuro rey? ¿quién se casaría con la dulce princesa? Los jóvenes caballeros las cuidaban con todo esmero, la recompensa bien se lo merecía:  cuando hacía frío las ponían al sol para que éste las acariciara con sus rayos suaves, cálidos…  y cuando el calor y el sol abrasaban,  las protegían en un rincón sombreado. No pasaba un día sin prestales su atención.

Hernán, sin embargo, no tenía esta feliz ocupación. De su maceta… ¡no salía nada! El pobre Hernán decía a sus padres: ¡Qué desafortunado soy! ¡Soy el único al que no le ha brotado nada! ¡Cómo se ríe de mí todo el pueblo!
 Pasó el año exigido y llegó el día esperado. Y de la maceta de Hernán, pese a toda esperanza, definitivamente no salió nada.

Todos los caballeros se dirigieron al patio de armas del castillo con sus hermosas macetas. Todos, sin excepción, tenían unas bellísimas flores, frondosas y sanas; indudablemente demostraban el esfuerzo, constancia y esmerado cuidado de las que habían sido objeto.  La gente estaba admirada ante semejante desfile de color. Se decían: ¡Qué difícil va a ser escoger al caballero ganador, todas son preciosas!
¡Qué apurado estaba el caballero Hernán! Casi no tenía valor de acudir a la cita. Estuvo tentado de quedarse en casa, pero pensó: ¡La princesa quería que volviéramos al cabo del año! Me llamará y  no estaré, pensará que  no he hecho caso de su deseo. ¡He aceptar la  realidad con valor y ser un caballero fiel hasta el final!

Hernán ya no dudó más en ir, aunque, por discreción, se quedó detrás de la multitud que se dirigía a la plaza del castillo, intentando pasar desapercibido. También le animaba el pensamiento de volver a  ver a la princesa, a quien secretamente admiraba, pues en su mirada había parecido descubrir una sencillez y transparencia a la que siempre se había visto inclinado.  Quizás por eso mismo veía procedente  acudir a la cita, era amigo de la verdad y  no de fingir y aparentar.
Ya estaban todos allí, con sus maravillosas flores. Sus compañeros se miraban unos a otros y se reían discretamente de él. Sin embargo, Hernán les decía: ¡Qué suerte habéis tenido, amigos, os felicito, ya veis que poco  afortunado he sido yo …!

Salieron los Reyes y la amable princesa. De nuevo empezaron a llamar a los caballeros uno a uno, esta vez por sus nombres y éstos subían satisfechos con su maceta. Los reyes y la princesa admiraban la belleza de la flor y después lo despedían. Así fueron pasando todos, incluido Hernán. ¡Pobre Hernán! Cuando oyó su nombre sintió deseos de que le tragara la tierra. Subió a presencia de la princesa y le dijo con sencillez: “Majestad, me hubiera encantado cuidar con esmero sus flores, pero ya ve que no he tenido oportunidad, de mis semillas no ha salido nada.”

La princesa le miró y le preguntó: ¿De verdad no te ha salido nada? ¿no será que nacieron y alguien malintencionado te las arrancó?
-¡Oh, no, majestad! Todos los días miraba y las seguía muy de cerca,  tenía deseos muy grandes de que nacieran, pero nunca brotó ni el más mínimo tallo.

La princesa le sonrió y le miró con esa mirada en la que él descubría aquella secreta afinidad. Volvió a su puesto, contento de haber cumplido su deber hasta el final valientemente, pero con el corazón encogido de pena, pues perdía la posibilidad de casarse con la princesa.

Acabado el proceso, los reyes se retiraron a deliberar y al cabo de un tiempo, volvieron a aparecer para hacer público el nombre del escogido. Con solemnidad, el rey pronunció el nombre:  ¡El caballero Hernán!

Todos los caballeros se volvieron a mirarle sorprendidos. Él , por su parte, no podía dar crédito a sus oídos. No comprendía nada de nada. Pero ¡cómo! ¡Si su maceta no tenía flores….!

El rey desveló el secreto: la princesa no había repartido semillas, si no... ¡piedrecillas…! Era imposible que de las macetas brotara nada.

 Todos los caballeros  habían actuado con trampa. Cuando  vieron que no salía nada y pensando en ganar el trono y la mano de la princesa, habían visto bien poner, por su cuenta, buenas semillas. Sólo el joven Hernán había sido desinteresado y verdadero. Había demostrado ser una persona en quien confiar, leal y valiente. Ése era el valor que la princesa deseaba asegurar  en quien iba a ser el compañero de su vida, alguien en quien poder confiar y darle todo su amor sincero…

Realmente era cierta esa secreta y maravillosa afinidad…