Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA
os presentamos un nuevo país: Polonia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.
CUENTO:
Corrían los años 1920 en un
pequeño pueblo de Polonia. Nikol, un
muchacho de unos diez años, vivía con sus padres en una humilde vivienda, algo
alejada del pueblo. El padre era leñador, pero hacía unos meses había tenido un
accidente: una enorme rama le había caído en la pierna fracturándosela muy
seriamente. Le intervinieron y le
mandaron guardar reposo más de un año en una silla de ruedas, si quería
recuperar la pierna.
Nikol siempre había colaborado en
casa, pero esta situación hizo que aún
lo hiciera más. Cuando volvía del colegio, se desvivía por sus padres. Tenían un pequeño huerto que
cuidaba con esmero, pues de él dependía buena parte de su alimentación. Nikol
era un chico inteligente, le gustaba estudiar. El hecho de que le tocara vivir
la penosa situación de su padre, hizo que despertara en él el deseo de ser
médico para poder aliviar y curar a las personas que sufren.
En su afán por ayudar, tuvo la
idea de pintar pequeñas láminas y tarjetas para venderlas en el pueblo, pues se
le daba muy bien dibujar. Todos los sábados, cuando había mercado, Nikol andaba los dos kilómetros de distancia que separaba su casa del pueblo
y allí vendía sus láminas para comprar lo que su madre le encargaba. Nikol
estaba muy contento porque aunque era poco lo que le proporcionaban sus
dibujos, habitualmente le permitía comprar lo que su madre necesitaba. Llegó el
invierno, con sus nevadas y fríos. Aquel sábado amaneció con una fuerte
ventisca. Esto no acobardó a Nikol,
quien, poniéndose su gorro y abrigo de pieles se disponía a salir con
sus láminas y el cesto de la compra. Cuando su padre lo vio preparado, le dijo:
-Hijo, hace
mucho frío y viento, veo temerario salir así…, quizás podamos pasar sin que
vayas al pueblo…
-Pero si tenemos la despensa vacía ¿Cómo vamos a
pasar la semana, papá?
Sus padres se miraron, Nikol
decía la verdad. A pesar de ello, la madre dijo:
-Nikol, nos importas más tú.
-No os preocupéis, sabéis que es preciso
ir. Iré con mucho cuidado, conozco muy bien el camino, es imposible perderse.
Nikol, abrigándose
concienzudamente salió bajo la mirada preocupada de sus padres.
Realmente afuera hacía mucho
frío. Nikol empezó con buen ritmo, quería llegar rápido al pueblo. Aquella
mañana apenas había desayunado, prefirió dejarles su ración a los padres, sin
que ellos lo supieran.
Eran sólo dos kilómetros, pero
ciertamente que la niebla era espesa y se hacía difícil distinguir el camino.
Por un momento, la niebla se hizo tan espesa que, sin horizonte que le sirviera
de referencia, se desorientó totalmente. Siguió
caminando con la esperanza de reencontrar la orientación, pero tras una
hora de camino, se convenció de que estaba perdido. Notó un frio helador. Llevaba
demasiado tiempo al aire libre y los pies y manos empezaron a entumecerse y
producirle gran dolor. Al tiempo, se notó débil, tenía también bastante hambre. No sabiendo
que hacer se encomendó al Cielo y volvió a ponerse en camino. Al cabo de unos
minutos le pareció distinguir una ténue luz. Era una casita. Se sintió salvado
y allí se dirigió. Llamó a la puerta y la recibió una joven señora, con dos
pequeños niños que se le agarraban al vestido. Al verle, le hizo pasar rápido y
se interesó por él. Lo acercó al fuego
del hogar. ¡Se sintió revivir! Después de un buen rato se sentía mucho mejor;
preguntó a la señora por donde se iba al
pueblo. Ella le dijo que ya estaba en él, aunque vivía en las afueras, pero que al salir
divisaría el campanario si la niebla no era muy densa. ¡Qué alegría sintió
Nikol! Cuando iba a despedirse, la señora le ofreció un buen vaso de leche
caliente.
-Anda,
te irá bien para guardar el calor. Tómatelo.
Como ella insistía, Nikol se la
tomó y aquel vaso le pareció la cosa más maravillosa del mundo. Le
reconfortó totalmente. Después de agradecérselo salió de la casa y en dos
minutos llegó a la plaza del pueblo, donde, afortunadamente pudo vender mejor
que nunca sus láminas. Con ello pudo comprar
con mayor abundancia de lo habitual.
A eso del mediodía, la niebla
empezó a disiparse. Nikol aprovechó para volver a casa y en menos de media
hora se encontraba en su hogar.
¡Qué alivio y alegría sintieron
los tres!
Pasaba el tiempo y Nikol sentía
que su deseo de ser médico crecía, año tras año, incluso cuando su padre
recuperó totalmente la movilidad.
Pasaron aquellos años difíciles.
Finalmente, gracias a su esfuerzo y perseverencia, Nikol consiguió más de lo que había soñado:
llegó a ser un médico de reconocido prestigio en un gran hospital, donde se
sentía feliz y realizado atendiendo y aliviando con su saber. Pasaron los años.
Un día, al pasar consulta por las
habitaciones, visitó a una señora de edad avanzada cuya cara le resultaba
familiar. Había ingresado urgentemente aquella mañana. Tenía una enfermedad
grave en los pulmones. Debía ser intervenida urgentemente, pues su vida corría
peligro. La informaron de todo y Nikol dejó escrito a la enfermera todo el
proceso y tratamiento en una nota.
Al salir de la habitación, la
duda le repiqueteaba en la cabeza ¿dónde había visto a esa mujer? Entonces llegó
la enfermera, con la nota escrita por él, en las manos. La paciente había
añadido: “Señor médico, no me intervenga usted, pues no tengo dinero para pagar
la operación”
Súbitamente Nikol recordó donde había visto aquel rostro. ¡Sí!
Era aquella joven señora que hace tantos años, con su humilde ayuda, le había salvado
de tan apurada situación. Entonces Nikol, emocionado, escribió como
respuesta a continuación en la nota: TODO
PAGADO POR UN VASO DE LECHE.