jueves, 6 de enero de 2011

AÑO NUEVO, COMPROMISO NUEVO


Antes que nada, agradeceros vuestros comentarios. En realidad tenemos presente que detrás de cada lector, hay una persona. Nos alegra que os sensibiliceis con estos temas y que se comprenda la transcendencia que tiene la implicación personal.

Hagamos un nuevo paréntesis en el programa de valores para seguir aprovechando las enseñanzas de cada tiempo. Hay un dicho popular que todos sabemos: “Año nuevo, vida nueva”. Cuando tenemos algo viejo o estropeado, a todos nos gusta estrenar: nueva ropa o zapatos; a los niños nuevos colores o libretas… es más bonito un coche nuevo que el viejo que tenemos…

Pero hay un estreno siempre posible y muy económico: estrenar ánimos, renovar metas, retomar actitudes positivas y muy determinadas. Y aunque las condiciones que nos toquen vivir sigan siendo las mismas de siempre, resulta que sabe a nueva nuestra vida. Muchas veces empezamos las cosas con ilusión, recordemos nuestro primer día de trabajo, nuestro primer hijo… todo son sueños de vivir con intensidad y calidad esas etapas de la vida. Lamentablemente hay algo con lo que no contábamos: la rutina, el cansancio, nuestras propias limitaciones, la carga que resulta mucho mayor de lo esperado, la dejadez… A veces somos poco realistas, nos lanzamos a la vida sin contar con todo esto, que es normal y natural (aunque superable), entonces nos desanimamos y dejamos de luchar.

¿Qué opinaríamos de un explorador que penetrara en plena selva y se sorprendiera y quejara de la primera picadura de mosquito? ¿y si fuera descalzo o sin rifle? No sabemos exactamente cuanto iba a tardar en ser devorado, pero no sería mucho. Diríamos: “pero ¡qué infeliz! ¿a quién se le ocurre ir así? ¿es que nadie le habrá dado ni la más mínima advertencia de lo que es la selva?

Pues algo parecido pasa con nosotros, también en nuestro terreno: la vida familiar y educativa. Nos lanzamos a la vida sin ir “armados”, preparados… La convivencia y la educación es una difícil, aunque maravillosa tarea. Y uno de los mayores peligros es pensar que bastaban los buenos propósitos iniciales para que todo marchara sobre ruedas.
Al palpar (y bien palpado) lo que tensan los niños, su falta de docilidad; el cansancio físico; la vida de prisas y actividades que llevamos; un hijo mayor que preocupa mucho por el rumbo que está tomando; nuestros errores educativos… caemos rendidos, abatidos, con ganas de gritar: “basta, yo no soy capaz”.
No os preocupéis, todos hemos pasado por esta situación, nosotros también. Pero para eso somos un equipo, para que cuando uno baje los ánimos, los otros se lo suban. Y luego al revés. No seamos como los exploradores incautos. Metámonos en la vida sabiendo que las dificultades existen y tienen que venir.
Ahora nos toca tomar una actitud valiente y animosa: “No me rindo, vuelvo a empezar”. Reconocer nuestros errores e intentar aprender de ellos y enmendarnos; fijarse propósitos concretos y alcanzables (por ejemplo no alzar la voz y usar más el diálogo, jugar más con los niños, dialogar más entre padre y madre, pararse a pensar todos los días cómo estoy actuando para priorizar las acciones realmente importantes…). Y cada día retomar esos propósitos.
Algo que anima mucho es saber que nuestros errores y caídas (por grandes que nos parezcan) no son impedimento para avanzar, siempre y cuando los enmendemos y volvamos a empezar. El único impedimento para avanzar es, lógicamente, parar.

Dicen que la constancia y la paciencia coronan las grandes obras. No seamos de los que dicen y no hacen. Las cosas están mal, el mundo está mal… pero no tanto por algunas pocas personas que hacen auténtico daño, sino por la gran mediocridad que vivimos, que pudiendo poner solución a los problemas, no lo hacemos, ya por irreflexión o no buscar orientación, ya por comodidad o dejarlo correr, ya por excusarnos con que todos estamos igual o por falta de determinación y constancia. Hagamos algo, lo poquito que podamos, pero algo. Pongamos nuestro granito de arena, que en nuestro caso, padres y madres es EDUCAR. Sí, educar. Y eso es mucho.



COPIAMOS UN ANUNCIO IMPACTANTE de 1914, que ha llegado a nuestras manos:

“Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”

(Anuncio que Sir Ernest Shackleton publicó en la prensa británica en 1914 con el objeto de reclutar a la tripulación que emprendería el primer viaje transantártico de la historia. A pesar de las condiciones, cinco mil hombres presentaron su solicitud. Su aventura posterior no defraudó a ninguno de los intrépidos exploradores).

¿No podríamos poner otro anuncio exhortando voluntarios para ser padres y madres que empeñan toda su vida, dejando la piel, por esta apasionante labor de dar la vida y formarla en otros seres que sean a su vez fuente de soluciones en la época y sociedad que les toca vivir? Quizás sea una misión peor pagada y reconocida, pero más trascendente y noble que cualquier otra.
La asignatura de Historia que estudiamos asocia eventos y cambios políticos y culturales a ciertos personajes famosos, ambos decisivos en la evolución de la sociedad; pero no es menos cierto que la historia la hacemos cada uno de nosotros, cada persona y que de nosotros depende, también decisivamente, que vaya en una dirección o en otra, empezando por los que tenemos cercanos. Comprometámonos.


CUENTO: EL OASIS DE YUMBÉ.

Ocurrió durante un verano muy caluroso. Una bandada de miles y miles de flamencos, volaba en busca de agua. Todos los ríos y lagunas estaban secos, porque hacía tanto calor que se habían secado. Llevaban semanas volando y las fuerzas comenzaban a fallar. Si no encontraban pronto agua, todos morirían de sed.
Pero mientras atravesaban un desierto, sucedió la tragedia. Se levantó un fortísimo viento que acabó con las pocas fuerzas de los flamencos. Todos cayeron sobre las arenas del desierto y allí quedaron tirados bajo el ardiente sol. Nadie tenía fuerzas para volar. Era imposible que pudieran salvarse de aquella situación.
Las gentes que vivían en el desierto, al ver lo sucedido, vieron que era imposible ayudarles, eran demasiados flamencos y no tenían medios. Lo único que se podía hacer, era esperar que murieran bajo el sol. Todos se lamentaban, pero nadie hacía nada para ayudarles.
Sólo un niño, que se llamaba Yumbé, hizo algo por ellos. A tres kilómetros de donde estaban los flamencos, había un oasis lleno de agua. Cogió a uno de ellos entre sus brazos y lo llevó andando hasta el oasis. Luego volvió a coger otro e hizo lo mismo. Y así, una y otra vez, Yumbé non dejaba de hacer viajes llevando flamencos al oasis. Un hombre, al ver lo que estaba haciendo, se le acercó y le dijo:
- Pero niño, ¿qué estás haciendo?
- pues salvando a los flamencos- respondió Yumbé.
Y el hombre, con voz muy seria, dijo:
- ¿Pero no te das cuenta de que eso es imposible? Son miles y miles los que están agonizando en la arena. No vale la pena. Anda, vete a tu casa y no gastes fuerzas inútilmente.
Pero el niño contestó:
-Pregúntele a los siete flamencos que están bebiendo en el oasis, si vale la pena que yo les haya salvado.
Y el niño continuó su camino llevando el octavo flamenco entre sus brazos. El hombre quedó muy sorprendido por esta respuesta y, después de pensarlo un poco, se puso a hacer lo mismo que estaba haciendo Yumbé. Ya eran dos personas salvando flamencos.
Esto comenzó a llamar la atención a los que lo veían. Pronto fueron tres, más tarde ocho, y al final, eran cientos y cientos de personas las que estaban haciendo lo mismo que Yumbé.
En un día, todos los flamencos fueron llevados al oasis. No hubo ninguno que muriera de sed. Gracias a un niño que comenzó haciendo su parte, toda la bandada pudo salvarse.

Comentario: Siempre nos puede animar saber que el problema puede llegar a solucionarse completamente, pero en el peor de los casos, ha de bastarnos la maravillosa respuesta de Yumbé: Pregúntele a los siete flamencos que están bebiendo en el oasis, si vale la pena que yo les haya salvado.