lunes, 2 de febrero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: PORTUGAL. La sinceridad


Siguiendo la programacion temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Portugal, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Portugal

Hace muchos años, en un pequeño pero bello reino, vivía un rey muy amable y cortés. Tenía una hija a la que quería muchísimo y veía acercarse la hora de buscarle un buen marido. La joven, por su parte, sabiendo el gran paso que era contraer matrimonio quería asegurarse bien de quien sería el compañero de su vida. Por ello, convenció a su padre para  hacer una singular prueba.

 Un pregonero real hizo llegar a todos los rincones del reino el siguiente comunicado:
“De parte de su Majestad, el Rey, se convoca a todos los jóvenes caballeros del reino al patio de armas del castillo real en la próxima luna llena”.

Allí  acudieron varios cientos de jóvenes. Los reyes y su hija salieron a recibirlos.  Entonces el rey fue llamando, uno a uno, a todos los caballeros para que se acercaran a donde ellos estaban.  El rey los saludaba, preguntaba su nombre y les dirigía unas palabras. La princesa le daba una bolsita de semillas encargándole que las sembrara y cuidara con mimo. Al transcurrir un año tenían que volver de nuevo para ver qué habían conseguido. Entonces el Rey escogería, según los resultados, el caballero al que sería concedida la mano de su hija. Finalmente, todos fueron despedidos.

En dos días el pueblo se llenó de macetas: unas en los alfeizares de las ventanas, otras en los dinteles de las puertas, otras colgadas de las paredes… y todos se pusieron a esperar.

Fue pasando el tiempo.  La noticia de que había aparecido el primer brote en una de las macetas corrió por el pueblo como la pólvora. Pronto empezaron a salir más. En cuestión de unas semanas la mayoría de las macetas ya tenían su pequeña plantita.

Pero de la maceta de nuestro protagonista, el caballero Hernán, no brotaba ni el más triste tallito. “Será cuestión de esperar…”- se decía a sí mismo para consolarse.

Llegó  la primavera y el pueblo se llenó de color. No se hablaba más que de las flores, se porfiaba sobre  cual era la más bonita;  unos admiraban el colorido, otros el frescor y verdor de sus hojas, otros el olor, otros simplemente la belleza de la flor… ¿quién sería escogido como futuro rey? ¿quién se casaría con la dulce princesa? Los jóvenes caballeros las cuidaban con todo esmero, la recompensa bien se lo merecía:  cuando hacía frío las ponían al sol para que éste las acariciara con sus rayos suaves, cálidos…  y cuando el calor y el sol abrasaban,  las protegían en un rincón sombreado. No pasaba un día sin prestales su atención.

Hernán, sin embargo, no tenía esta feliz ocupación. De su maceta… ¡no salía nada! El pobre Hernán decía a sus padres: ¡Qué desafortunado soy! ¡Soy el único al que no le ha brotado nada! ¡Cómo se ríe de mí todo el pueblo!
 Pasó el año exigido y llegó el día esperado. Y de la maceta de Hernán, pese a toda esperanza, definitivamente no salió nada.

Todos los caballeros se dirigieron al patio de armas del castillo con sus hermosas macetas. Todos, sin excepción, tenían unas bellísimas flores, frondosas y sanas; indudablemente demostraban el esfuerzo, constancia y esmerado cuidado de las que habían sido objeto.  La gente estaba admirada ante semejante desfile de color. Se decían: ¡Qué difícil va a ser escoger al caballero ganador, todas son preciosas!
¡Qué apurado estaba el caballero Hernán! Casi no tenía valor de acudir a la cita. Estuvo tentado de quedarse en casa, pero pensó: ¡La princesa quería que volviéramos al cabo del año! Me llamará y  no estaré, pensará que  no he hecho caso de su deseo. ¡He aceptar la  realidad con valor y ser un caballero fiel hasta el final!

Hernán ya no dudó más en ir, aunque, por discreción, se quedó detrás de la multitud que se dirigía a la plaza del castillo, intentando pasar desapercibido. También le animaba el pensamiento de volver a  ver a la princesa, a quien secretamente admiraba, pues en su mirada había parecido descubrir una sencillez y transparencia a la que siempre se había visto inclinado.  Quizás por eso mismo veía procedente  acudir a la cita, era amigo de la verdad y  no de fingir y aparentar.
Ya estaban todos allí, con sus maravillosas flores. Sus compañeros se miraban unos a otros y se reían discretamente de él. Sin embargo, Hernán les decía: ¡Qué suerte habéis tenido, amigos, os felicito, ya veis que poco  afortunado he sido yo …!

Salieron los Reyes y la amable princesa. De nuevo empezaron a llamar a los caballeros uno a uno, esta vez por sus nombres y éstos subían satisfechos con su maceta. Los reyes y la princesa admiraban la belleza de la flor y después lo despedían. Así fueron pasando todos, incluido Hernán. ¡Pobre Hernán! Cuando oyó su nombre sintió deseos de que le tragara la tierra. Subió a presencia de la princesa y le dijo con sencillez: “Majestad, me hubiera encantado cuidar con esmero sus flores, pero ya ve que no he tenido oportunidad, de mis semillas no ha salido nada.”

La princesa le miró y le preguntó: ¿De verdad no te ha salido nada? ¿no será que nacieron y alguien malintencionado te las arrancó?
-¡Oh, no, majestad! Todos los días miraba y las seguía muy de cerca,  tenía deseos muy grandes de que nacieran, pero nunca brotó ni el más mínimo tallo.

La princesa le sonrió y le miró con esa mirada en la que él descubría aquella secreta afinidad. Volvió a su puesto, contento de haber cumplido su deber hasta el final valientemente, pero con el corazón encogido de pena, pues perdía la posibilidad de casarse con la princesa.

Acabado el proceso, los reyes se retiraron a deliberar y al cabo de un tiempo, volvieron a aparecer para hacer público el nombre del escogido. Con solemnidad, el rey pronunció el nombre:  ¡El caballero Hernán!

Todos los caballeros se volvieron a mirarle sorprendidos. Él , por su parte, no podía dar crédito a sus oídos. No comprendía nada de nada. Pero ¡cómo! ¡Si su maceta no tenía flores….!

El rey desveló el secreto: la princesa no había repartido semillas, si no... ¡piedrecillas…! Era imposible que de las macetas brotara nada.

 Todos los caballeros  habían actuado con trampa. Cuando  vieron que no salía nada y pensando en ganar el trono y la mano de la princesa, habían visto bien poner, por su cuenta, buenas semillas. Sólo el joven Hernán había sido desinteresado y verdadero. Había demostrado ser una persona en quien confiar, leal y valiente. Ése era el valor que la princesa deseaba asegurar  en quien iba a ser el compañero de su vida, alguien en quien poder confiar y darle todo su amor sincero…

Realmente era cierta esa secreta y maravillosa afinidad…


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