Siguiendo la programacion temática de VIAJANDO POR EUROPA
os presentamos un nuevo país: Portugal, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.
Hoja Portugal
Hoja Portugal
Hace muchos años, en un pequeño
pero bello reino, vivía un rey muy amable y cortés. Tenía una hija a la que
quería muchísimo y veía acercarse la hora de buscarle un buen marido. La joven,
por su parte, sabiendo el gran paso que era contraer matrimonio quería
asegurarse bien de quien sería el compañero de su vida. Por ello, convenció a
su padre para hacer una singular prueba.
Un pregonero real hizo llegar a todos los
rincones del reino el siguiente comunicado:
“De parte de su Majestad, el Rey,
se convoca a todos los jóvenes caballeros del reino al patio de armas del
castillo real en la próxima luna llena”.
Allí acudieron varios cientos de jóvenes. Los
reyes y su hija salieron a recibirlos.
Entonces el rey fue llamando, uno a uno, a todos los caballeros para que
se acercaran a donde ellos estaban. El
rey los saludaba, preguntaba su nombre y les dirigía unas palabras. La princesa
le daba una bolsita de semillas encargándole que las sembrara y cuidara con
mimo. Al transcurrir un año tenían que volver de nuevo para ver qué habían
conseguido. Entonces el Rey escogería, según los resultados, el caballero al
que sería concedida la mano de su hija. Finalmente, todos fueron despedidos.
En dos días el pueblo se llenó de
macetas: unas en los alfeizares de las ventanas, otras en los dinteles de las
puertas, otras colgadas de las paredes… y todos se pusieron a esperar.
Fue pasando el tiempo. La noticia de que había aparecido el primer
brote en una de las macetas corrió por el pueblo como la pólvora. Pronto
empezaron a salir más. En cuestión de unas semanas la mayoría de las macetas ya
tenían su pequeña plantita.
Pero de la maceta de nuestro
protagonista, el caballero Hernán, no brotaba ni el más triste tallito. “Será
cuestión de esperar…”- se decía a sí mismo para consolarse.
Llegó la primavera y el pueblo se llenó de color.
No se hablaba más que de las flores, se porfiaba sobre cual era la más bonita; unos admiraban el colorido, otros el frescor y
verdor de sus hojas, otros el olor, otros simplemente la belleza de la flor…
¿quién sería escogido como futuro rey? ¿quién se casaría con la dulce princesa?
Los jóvenes caballeros las cuidaban con todo esmero, la recompensa bien se lo
merecía: cuando hacía frío las ponían al
sol para que éste las acariciara con sus rayos suaves, cálidos… y cuando el calor y el sol abrasaban, las protegían en un rincón sombreado. No
pasaba un día sin prestales su atención.
Hernán, sin embargo, no tenía
esta feliz ocupación. De su maceta… ¡no salía nada! El pobre Hernán decía a sus
padres: ¡Qué desafortunado soy! ¡Soy el único al que no le ha brotado nada!
¡Cómo se ríe de mí todo el pueblo!
Pasó el año exigido y llegó el día esperado. Y
de la maceta de Hernán, pese a toda esperanza, definitivamente no salió nada.
Todos los caballeros se
dirigieron al patio de armas del castillo con sus hermosas macetas. Todos, sin
excepción, tenían unas bellísimas flores, frondosas y sanas; indudablemente
demostraban el esfuerzo, constancia y esmerado cuidado de las que habían sido
objeto. La gente estaba admirada ante
semejante desfile de color. Se decían: ¡Qué difícil va a ser escoger al
caballero ganador, todas son preciosas!
¡Qué apurado estaba el caballero
Hernán! Casi no tenía valor de acudir a la cita. Estuvo tentado de quedarse en
casa, pero pensó: ¡La princesa quería que volviéramos al cabo del año! Me
llamará y no estaré, pensará que no he hecho caso de su deseo. ¡He aceptar
la realidad con valor y ser un caballero
fiel hasta el final!
Hernán ya no dudó más en ir,
aunque, por discreción, se quedó detrás de la multitud que se dirigía a la
plaza del castillo, intentando pasar desapercibido. También le animaba el
pensamiento de volver a ver a la
princesa, a quien secretamente admiraba, pues en su mirada había parecido
descubrir una sencillez y transparencia a la que siempre se había visto
inclinado. Quizás por eso mismo veía
procedente acudir a la cita, era amigo
de la verdad y no de fingir y aparentar.
Ya estaban todos allí, con sus
maravillosas flores. Sus compañeros se miraban unos a otros y se reían
discretamente de él. Sin embargo, Hernán les decía: ¡Qué suerte habéis tenido,
amigos, os felicito, ya veis que poco
afortunado he sido yo …!
Salieron los Reyes y la amable
princesa. De nuevo empezaron a llamar a los caballeros uno a uno, esta vez por
sus nombres y éstos subían satisfechos con su maceta. Los reyes y la princesa
admiraban la belleza de la flor y después lo despedían. Así fueron pasando
todos, incluido Hernán. ¡Pobre Hernán! Cuando oyó su nombre sintió deseos de
que le tragara la tierra. Subió a presencia de la princesa y le dijo con
sencillez: “Majestad, me hubiera encantado cuidar con esmero sus flores, pero
ya ve que no he tenido oportunidad, de mis semillas no ha salido nada.”
La princesa le miró y le
preguntó: ¿De verdad no te ha salido nada? ¿no será que nacieron y alguien malintencionado
te las arrancó?
-¡Oh, no, majestad! Todos los
días miraba y las seguía muy de cerca,
tenía deseos muy grandes de que nacieran, pero nunca brotó ni el más
mínimo tallo.
La princesa le sonrió y le miró
con esa mirada en la que él descubría aquella secreta afinidad. Volvió a su
puesto, contento de haber cumplido su deber hasta el final valientemente, pero
con el corazón encogido de pena, pues perdía la posibilidad de casarse con la
princesa.
Acabado el proceso, los reyes se
retiraron a deliberar y al cabo de un tiempo, volvieron a aparecer para hacer
público el nombre del escogido. Con solemnidad, el rey pronunció el
nombre: ¡El caballero Hernán!
Todos los caballeros se volvieron
a mirarle sorprendidos. Él , por su parte, no podía dar crédito a sus oídos. No
comprendía nada de nada. Pero ¡cómo! ¡Si su maceta no tenía flores….!
El rey desveló el secreto: la
princesa no había repartido semillas, si no... ¡piedrecillas…! Era imposible que de
las macetas brotara nada.
Todos los caballeros habían actuado con trampa. Cuando vieron que no salía nada y pensando en ganar
el trono y la mano de la princesa, habían visto bien poner, por su cuenta,
buenas semillas. Sólo el joven Hernán había sido desinteresado y verdadero.
Había demostrado ser una persona en quien confiar, leal y valiente. Ése era el
valor que la princesa deseaba asegurar
en quien iba a ser el compañero de su vida, alguien en quien poder
confiar y darle todo su amor sincero…
Realmente era cierta esa secreta
y maravillosa afinidad…
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