La sinceridad es un valor tan
básico y necesario que de manera natural
lo damos por supuesto. La verdad podríamos compararla con los cimientos de los
edificios; no se ven pero son sobre los que construimos toda la obra. Si los
cimientos son profundos y bien sólidos, podemos estar tranquilos de que todo lo
asentado sobre ellos aguantará y no se vendrá abajo. Nuestras relaciones con
las personas, nuestras decisiones, nuestra forma de actuar… se basa siempre en
el presupuesto de la verdad y de la sinceridad de los demás. Cuando por algún
motivo esto falla, nos sentimos inseguros, decepcionados, no sabemos a qué
atenernos y cómo actuar. Y es que la sinceridad, el que nos digan la verdad, es
un derecho de la persona, lo necesitamos para construir nuestra vida con
libertad y seguridad. Por ejemplo, un estudiante que quiere escoger
carrera, necesita saber la verdad de cada profesión para poder optar a ella con
libertad. Si le han prometido algo que no era cierto puede escoger
equivocadamente, condicionado por ello.
Tampoco nos gusta vernos
engañados… Cuando descubrimos que alguien nos trata así, movidos por un fuerte
interés personal (a veces en la realización de una compra, en el trato personal
con amigos o familiares que piensan sólo en su plan…), nos sentimos utilizados,
lo que produce en nosotros profunda decepción y por supuesto, pérdida de
confianza en esas personas.
De ahí la importancia de ser
personas sinceras, de educar en la sinceridad. Ayudemos a nuestros hijos a
decir siempre la verdad:
-Cuando descubramos una ligera
mentira en ellos, no dejemos pasar la oportunidad de hacerles pensar. Busquemos
un buen momento, a solas con él. Digámosle
que nos gusta tanto ¡tanto! su sinceridad que compensará sin comparación al
disgusto causado por lo que ha hecho, sea lo que sea.
Cuando uno miente suele ser por miedo o por
conseguir algo. Podemos aprovechar para hablar de eso que teme o quiere, ver los pros
y contras y hacerle ver que nosotros sólo queremos ayudarle para que le vaya
bien en la vida. Eso es lo que nos mueve.
Aunque la gran mayoría de veces
revelar la verdad (después de haber mentido) puede considerarse el mejor pago por esa mentira, si ha hecho algo tan digno de penalización, mejor que sea él
mismo el que la piense y desee corregirse, ya que es para mejorar su persona.
-No digamos nosotros, padres y
madres, ninguna mentira, ni siquiera cuando no estén presentes. Valemos más; no
seríamos coherentes si luego exigimos a los demás que nos digan la verdad.
¡Qué mayor satisfacción que la de
saber que los demás confían profundamente en nosotros! Esto nos lo tenemos que
ganar.
EL PAÍS DE LAS NUBES: CRISTALINA.
Mamá Pandora estaba regando sus flores del jardín cuando llega
Cristalina junto a ella.
-Mamá, ¿puedo hablar contigo?
Pandora miró a su hija y observó lágrimas en sus ojos.
-Claro, sentémonos aquí que se está estupendamente entre las flores-
dijo, mientras se preguntaba qué le pasaría a su hija.
- Mamá tengo que decirte una cosa, pero no me riñas ¿vale?
- Vale, vale… haces bien en avisarme, no me vayas a pillar floja y
falle yo, cosa que no quiero. Hazlo así siempre ¿vale?
- Es que…, es que… - pero las lágrimas no le dejaron continuar.
- No te preocupes, hija, cuando
se te pase me lo cuentas…. ¿te ha pasado algo grave?
Cristalina dijo no con la cabeza, mientras aún lloraba.
-¿es del cole? ¿de las amigas?...– Pandora fue probando mientras
Cristalina decía que no - ¿has hecho algo malo?...- continuó.
Ahora sí que asintió Cristalina. En el tiempo que duró el sondeo,
Cristalina ya se había serenado.
-Sí, pero es que es muy malo…
- No te preocupes, haces bien en decírmelo, así te puedo ayudar, ya
ves que no me voy a enfadar. Estoy muy contenta de que me lo vayas a contar.
-Mamá ¿te acuerdas que te dije una vez que te había cogido cinco
monedas cuando fui a comprar el pan? … pues es que he vuelto a cogerte dinero…
¡y el doble que la otra vez! – Cristalina empezó a llorar de nuevo.
Pandora guardó silencio un ratito. Ciertamente le inquietaba lo que
estaba escuchando de su hija, era una falta preocupante. Pero veía en la
sinceridad de su hija una herramienta poderosa para ayudarle a enderezar esa tendencia naciente.
-¡Cuánto me gusta que me lo hayas contado, hija! Como eres noble, te
das cuenta que eso no está bien y quieres corregirte. Si siempre que fallas, lo
dices, este defecto desaparecerá por completo; pero si callas, aunque te
propongas no volverlo a hacer más, fácilmente caerás, porque solos somos muy
débiles y antojadizos. Además, tendemos a autojustificarnos.
- Gracias mamá, ahora me encuentro mejor.
-De todos modos, Cristalina, para evitar otro “esguince” y no meter la
pata, ¿qué tal si hacemos “rehabilitación” para fortalecer la buena postura?
- Sí mamá, sí, ya lo había pensado; por supuesto te devolveré el dinero y el próximo día que los abuelos me
den propina, he decidido darlo a esos médicos que ayudan en los países pobres... A ver si
siendo generosa se me van un poco las ganas de tanto tener.
- ¡Qué estupendo, Cristalina! Estoy muy contenta de ti. Mira, todos
tenemos fallos y debemos ir quitándolos. La clave está en ser valientes, decir
la verdad y esforzarse seriamente por mejorar. Y cuando los fallos sean más
graves, pues “rehabilitación”, así llegaremos a estar de lo más robustos.
UN EJEMPLO MUY ILUSTRATIVO DE
ARUN GANDHI:
El Dr. Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi y el fundador del
instituto M.K. Gandhi para la Vida Sin Violencia, en su lectura en la
Universidad de Puerto Rico, compartió la siguiente historia como un ejemplo de
la vida sin violencia en el arte de sus padres:
"Yo tenía 16 años
y vivíamos en el instituto que mi abuelo había fundado a 18 millas en las
afueras de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de plantaciones de
azúcar. Estábamos bien adentro del país y no teníamos vecinos, así que a mis
dos hermanas y a mí siempre nos entusiasmaba el poder ir a la ciudad a visitar
amigos o ir al cine. Un día mi padre me pidió que le llevara a la ciudad para
atender una conferencia que duraba el día entero y yo aproveché la oportunidad.
Como iba a la ciudad, mi madre me dio una lista de cosas del supermercado que
necesitaba y como iba a pasar todo el día en la ciudad, mi padre me pidió que
me hiciera cargo de algunas cosas pendientes como llevar el coche al taller.
Cuando despedí a mi padre él me dijo: Nos vemos aquí a las 5 p.m. y volvemos a casa juntos.
Después de muy
rápidamente completar todos los encargos, me fui hasta el cine más cercano. Me
metí tanto en la película (una película doble de John Wayne) que me olvidé del
tiempo. Eran las 5:30 p. m. cuando me acordé. Corrí al taller, conseguí el
coche y me apresuré a ir donde mi padre me estaba esperando. Eran casi las 6 p.
m.
El me preguntó con
ansiedad: ¿Por qué llegas tarde? Me sentía muy mal por eso y no me atreví a
decir que estaba viendo una película de John Wayne; entonces le dije que el
coche no estaba listo y que tuve que
esperar... Esto lo dije sin saber que mi padre ya había llamado al taller.
Cuando se dio cuenta
que había mentido, me dijo: Algo no anda bien en la manera que te estoy educando que no te ha dado la confianza
de decirme la verdad. Voy a reflexionar qué es lo que hice mal contigo. Voy a
ir andando a casa las 18 millas para tener tiempo para pensar sobre esto.
Así que, vestido con
su traje y sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta casa por caminos que ni estaban cementados ni
iluminados. No lo podía dejar solo... así que yo conduje 5 horas y media detrás
de el... viendo a mi padre sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo
había dicho.
Decidí desde ahí que
nunca más iba a mentir. Muchas veces me acuerdo de este episodio y pienso... Si
me hubiese castigado de la manera que nosotros castigamos a nuestros hijos...
¿hubiese aprendido la lección?... No lo creo... Hubiese sufrido el castigo y
hubiese seguido haciendo lo mismo...
Pero esta acción de no
violencia fue tan fuerte que la tengo impresa en la memoria como si fuera ayer”