sábado, 21 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: IRLANDA. Solidaridad.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Irlanda, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.


Hoja Irlanda


EL PRÍNCIPE FELIZ


Por encima de la ciudad entera, encima de un pedestal, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba hecha de finísimas hojas de oro, tenía por ojos dos deslumbrantes zafiros y un rubí rojo en el puño de su espada .Tal era la belleza del Príncipe Feliz que todo el mundo lo admiraba.

Una noche llegó a la ciudad una golondrina que iba camino de Egipto. Sus amigas habían partido hacia allí semanas antes, pero ella se había quedado atrás. Al ver la estatua del Príncipe Feliz pensó que era un buen lugar para posarse y pasar la noche. Cuando ya tenía la cabeza bajo el ala y estaba a punto de dormirse una gran gota de agua cayó sobre ella.

- Qué raro, si ni siquiera hay nubes en el cielo… - pensó la golondrinita.


Pero entonces cayó una segunda gota y una tercera. Levantó la vista hacia arriba y cuál fue su sorpresa cuando vio que no era agua lo que caía sino lágrimas, lágrimas del Príncipe Feliz.

- ¿Quién eres?
- Soy el Príncipe Feliz.
- ¿Y entonces por qué lloras?
- Porque cuando estaba vivo, vivía en el Palacio de la Despreocupación y allí no existía el dolor. Pasaba mis días bailando y jugando en el jardín y era muy feliz. Por eso todos me llamaban el Príncipe Feliz. Había un gran muro alrededor del castillo y por eso nunca vi que había detrás; la verdad es que tampoco me preocupaba. Pero ahora que estoy aquí colocado puedo verlo todo. Me doy cuenta de la miseria e infelicidad de esta ciudad y por eso mi corazón de plomo sólo puede llorar.



La golondrinita escuchaba atónita las palabras del Príncipe.

- Mira, allí en aquella callejuela hay una casa en la que vive una pobre costurera - dijo el príncipe - Está muy delgada y sus manos están ásperas y llenas de pinchazos de coser. A su lado hay un niño, su hijo, que está muy enfermo y por eso llora. Golondrina, ¿podrías llevarle el rubí del puño de mi espada? Yo no puedo moverme de este pedestal.
- Lo siento pero tengo que irme a Egipto. Mis amigas están allí y debo ir yo también.
- Por favor golondrinita, quédate una noche conmigo y sé mi mensajera.

A la golondrina le daba mucha pena ver tan triste al príncipe, por ello al final accedió. De modo que arrancó el gran rubí que tenía el Príncipe Feliz en la espada y lo dejó junto al dedal de la mujer.

Al día siguiente la golondrina le dijo al príncipe:

- Me voy a Egipto esta misma noche. Mis amigas me esperan allí.
- Pero, querida golondrina, allí en aquella buhardilla vive un joven escritor que intenta acabar su obra pero el pobre no puede seguir escribiendo por el frío y el hambre que padece. Haz una cosa, coge uno de mis ojos hechos de zafiros y llévaselo. Podrá venderlo para comprar comida y leña.
- Pero no puedo, debo marchar…
- Hazlo, por favor.

La golondrina aceptó los deseos del príncipe y le llevó al muchacho el zafiro, quien se alegró muchísimo al verlo.
Al día siguiente la golondrina fue a despedirse del príncipe.

- Pero, amiga golondrina, ¿no te puedes quedar una sola noche más conmigo?
- Es invierno y pronto llegará la nieve, no puedo quedarme aquí. En Egipto el sol nos da calor. Lo siento, pero tengo que marcharme querido príncipe.
- Mira allí en la plaza, hay una joven vendedora de fósforos a la que se le han caído todas sus cerillas al suelo y ya no sirven. La pobre va descalza y está llorando. Necesito que cojas mi otro ojo y se lo lleves por favor.
- Pero príncipe, si hago eso te quedarás ciego.
- No importa, haz lo que te pido por favor.

Así que la golondrina cogió su otro ojo y lo dejó en la palma de la mano de la niña, que se marchó hacia su casa muy contenta dando saltos de alegría.

La golondrina volvió junto al príncipe y le dijo que ya no se iría a Egipto porque ahora que estaba ciego, él la necesitaba a su lado.

- No golondrinita, debes ir a Egipto.
- ¡No! Me quedaré contigo para siempre- contestó la golondrina y se quedó dormida junto a él. 

El príncipe le pidió a la golondrina que le contara todo lo que veía en la ciudad, toda miseria, y ésta le contó que había visto a varios niños intentando calentarse bajo un puente pasando hambre.

El príncipe le pidió entonces a la golondrina que arrancase su recubrimiento de hojas de oro y que se lo llevara a los más pobres. La golondrina hizo caso, los niños rieron felices cuando tuvieron en sus manos las hojas de oro. 

Poco a poco, según la golondrina iba arrancando hojas de oro para remediar los males que veía, el Príncipe Feliz fue quedando opaco y gris.

Llegó el frío invierno y la pobre golondrina, aunque intentaba sobrevivir para no dejar solo al Príncipe, estaba muy débil y sabía que no viviría mucho más tiempo. Al fin, la golondrina murió a sus pies.

Al día siguiente el alcalde y los concejales pasaron junto a la estatua y la observaron con asombro.

- ¡Qué oxidado está el Príncipe Feliz! ¡Más que embellecer la ciudad, la desdice! ¡Si hasta tiene un pájaro muerto a sus pies! - dijo el alcalde.

De modo que quitaron la estatua y decidieron fundirla para hacer una estatua del alcalde.
Estando en la fundición alguien reparó en que el corazón de plomo del príncipe se resistía a fundirse. Por lo que cogieron y lo tiraron al basurero, pero allí tuvo la fortuna de encontrarse con la golondrina muerta.
Dios le dijo a uno de sus ángeles que le trajera las dos cosas más preciosas que encontrara en esa ciudad y curiosamente el ángel optó por el corazón de plomo y la golondrina.








jueves, 12 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: SUECIA. La alegría de compartir.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Suecia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

HOJA SUECIA


NILS  KARLSON , EL DUENDECITO.  Adaptación.

Bertil miraba por la ventana, sus padres aún tardarían en volver de la fábrica. ¡Qué triste era estar sólo todo el día! Antes estaba con  Marta, su hermanita, pero un día vino enferma del colegio. Estuvo en cama una semana y al final se murió. ¡Pobre Bertil, lloraba cuando se acordaba de ella!

Bertil no sabía ya a qué jugar, ni tenía ganas de mirar los dibujos de los cuentos que tenía;  leer aún no sabía, tenía 6 años.  Como no sabía que hacer se fue a su habitación y se sentó en su cama. De pronto, oyó como unos pasitos debajo de ella. Se asomó ¡no podía creerlo! ¡allí, bajo su cama, había un niño, como todos, pero del tamaño de un pulgar!

-¡Hola!- dijo el duendecito.
Se quedaron mirando en silencio largo rato. Por fin, volvió a hablar el niño pequeñito:

-Me llamo Nils Karlson ¿y tú?

-Yo me llamo Bertil. Oye ¿qué haces bajo mi cama?

-Es que me he trasladado hace poco a vivir aquí ¿ves ese agujero?- y señaló un agujerito en el rincón bajo la cama - pues vivo ahí. Se lo he alquilado a un ratón que se ha ido a vivir con su hermano, en Malmö. Es difícil encontrar apartamentos últimamente. No está mal del todo; aunque no tiene muebles, tiene al menos una estufa. Lo malo es que no tengo leña y me estoy helando.

- Aquí también hace frío. Mis padres dejan encendida  la chimenea cuando se van a la fábrica por la mañana, pero por la tarde ya no queda nada de calor.

-Es verdad, hace frio ¿Quieres que te enseñe mi casa?

-¡Qué gracioso! ¿Es que te crees que yo quepo por ese agujerito?

-Eso se soluciona rápido, sólo tienes que tocar el clavito que está  junto a la entrada de mi casa y decir “Killevipen”.

-Ya, y … ¿me quedaré pequeñito para siempre?

-No, sólo tienes que volver a tocar el clavo y volver a decir la palabra “Killevipen”.

Bertil se tiró al suelo y se escurrió bajo la cama, no tenía nada que perder. Tocó el clavo y dijo la palabra “killevipen”. Al instante se convirtió en un niño del tamaño de Nils. ¡Qué emocionante!

Empezaron a bajar por unas escaleritas que había tras el agujero, hasta llegar a una habitación. Ciertamente estaba desolada, a pesar de tener  una estufa de leña en ella.

-Pues sí que hace frío- dijo Bertil- ¡anda! Se me ocurre una idea… mi madre tiene muchas cerillas gastadas en una cajita ¡pueden servirnos de leña para esta estufa!

Bertil corrió escaleras arriba, tocó el clavo, dijo Killevipen y volvió  a su tamaño normal. Fue a la cocina, partió los palitos de cerilla y los apiló al lado de la entrada de la casa de Nils. Entonces volvió a decir la palabra mágica y se redujo de tamaño. Llamó a Nils y ambos bajaron la leña, que ahora pesaba bastante.

-Encenderemos la estufa- dijo Nils- es muy buena madera.

Al rato empezó a notarse un agradable calor por toda la estancia.

-¡Qué maravilla! Esta noche si que voy a dormir bien; anoche tenía tanto frío en el suelo que me tenía que levantar cada hora para correr un poquito y entrar en calor.

Entonces Bertil tuvo una nueva idea.

-Espera un momento- dijo Bertil mientras corría de nuevo escaleras arriba. 

Tardó un rato y se oyó decir:
-¡Nils, sube a ayudarme! Pero cierra los ojos cuando llegues arriba…

Nils subió ¿qué sorpresa era aquella? Cerró los ojos y...

-¡Abrelos ya!- ordenó Bertil.

Ante Nils había una pequeña camita, rellena de algodón y cubierta con un trozo de tela de franela.
-¡Oh, qué maravilla! ¿De dónde la has sacado?- preguntó Nils con los ojos muy abiertos.
-Es una camita de la casa de muñecas de mi hermana Marta. Ella ya no lo usa, seguro que le gustará que la uses tú.

Entre los dos bajaron la camita abajo. Nils estaba encantado.
-Sólo de verla me ha entrado sueño ¿puedo acostarme?
-Claro, además mis padres están a punto de venir y yo también tengo que irme.
Nils se acostó rápidamente.
-Estoy maravillosamente. Muchas gracias.
-Que duermas bien, buenas noches Nils.
-Buenas noches.
Nils se durmió al instante y Bertil subió rápidamente.

Pronto llegaron sus padres y se alegraron de verle tan contento y de que comía con tanto apetito. ¡Sufrían tanto de tener que dejarlo sólo!
Al día siguiente, cuando sus padres volvieron a irse a la fábrica, Bertil ya no quedaba triste. Ahora tenía un amigo,  y además tenía muchas ganas de jugar con él.
Preparó unas cuantas cosas y las amontonó junto a la entrada de la casa de Nils.
-¡¡Nils!! – gritó Bertil
-¡Voy! – contestó Nils desde abajo.
Subió y de nuevo se llevó una sorpresa. Bertil había traido muchos más muebles de la casita de muñecas de Marta. Entre los dos las bajaron. Parecían dos mozos de mudanzas. Sube y baja, sube y baja.

Al final la habitación quedó muy elegante y acogedora. Primero habían puesto una alfombra que cubría gran parte de la habitación. Luego un mueble rinconero, una mesa, unos taburetes, unas butacas… Nils estaba maravillado y muy contento, pero quizás aún lo estaba más Bertil, pues había podido darle esa sorpresa a su nuevo amigo.

Pasaron el día juntos, disfrutando de la compañía que uno al otro se daban. Qué felices se sentían de ser amigos y qué triste era el estar sólos. Ciertamente las personas necesitan de los demás para ser felices.

  Al final de la tarde, Bertil le propuso a Nils que se metiera en el bolsillo de su camisa cuando tuviera que salir afuera a recibir a sus padres.
-¡Hola , hijo! ¿Cómo te ha ido el día hoy? – le dijo su madre al regresar  por la noche.
-Muy bien- dijo sonriendo. Y metiendo un dedo en el bolsillo de la camisa, acarició la cabecita de su amigo.


sábado, 7 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: HOLANDA. Sufrir por un fin noble.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Holanda, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Holanda

EL PEQUEÑO HÉROE DE HOLANDA.

Quizás sepáis, que Holanda es llamada también Paises Bajos. La razón  es que el nivel del suelo de algunas zonas está más bajo que el nivel del mar.  Diréis ¡entonces el mar lo inundará! Sí, ciertamente esto sería así si no hubieran  construidos unos fuertes diques cuando empezaron a ver cómo el mar comía terreno a las tierras. Estos diques son unas grandes construcciones a modo de muro que retienen el agua del mar.

Nuestra historia  se sitúa por el siglo XVIII,  cuando para las construcciones  se contaba con poca maquinaria y mucha mano de obra.  Peter era un niño de unos ocho años y su padre trabajaba en el mantenimiento de los diques.  Los niños holandeses, hasta los pequeños, saben para qué son los diques y lo importante que es que estén en perfecto estado;  un agujero por el que penetre el agua puede producir una grieta, y ésta rápidamente  agrandarse  hasta resquebrajar el dique. Por eso Peter estaba orgulloso de su padre, pues su padre  no dejaba al mar que inundara Holanda. ¡Qué importante se sentía!

Un día, la madre de Peter sugirió al niño que fuera a visitar a un anciano ciego que vivía en el otro extremo del dique, y le llevara unas mermeladas y tortas que le había preparado. A Peter le agradaba hacer este encargo pues sabía que el  buen anciano agradecía mucho este detalle de cariño y atención. Así es que Peter cogió la cesta y salió de casa.

-          Vuelve antes del anochecer, Peter-  recordó la madre.
-          Descuida… Adiós mamá.

Peter empezó a caminar sobre el dique. Le encantaba la vista de la inmensidad del mar, el olor y la brisa marina, el  fragor del agua golpeando el dique. Se le antojaba pensar que el mar estaba furioso porque no le dejaban pasar… También le gustaba el graznido de las gaviotas. El paseo por el dique también era entretenido por que, por el día, había bastante devenir de personas,  especialmente pescadores.

Peter llegó a casa de su amigo ciego, y como siempre, le contó lo que había visto por el camino. Le puso al corriente de  las novedades del pueblo y  le entretuvo con las peripecias que  pasaba en el colegio.

Después de agradecer de nuevo la cesta y la compañía, el anciano le recordó que sus padres posiblemente desearían que llegara a casa antes del anochecer.  Peter se despidió y se puso en marcha.

Al cabo de un rato se entretuvo observando como un pescador intentaba sacar un pez, bastante grande, a juzgar por cómo se doblaba la caña. Estaba tan intrigado por ver la pieza capturada que no se dio cuenta de que pasaba el tiempo. Al fin, reaccionó. ¡Uy, empieza a caer la tarde!  Había que apresurarse.
Ya no se veía a nadie circular por el dique, aunque sí se veía gente pasear por los extremos. Cuando estaba a mitad de dique, oyó un ruido que le llamó la atención. Era como… ¡sí! ¡como el de un chorrito de agua!  ¿Era posible? Se asomó ¡¡Cierto!! Desde arriba pudo ver cerca del suelo un chorrito que salía con fuerza del dique. Peter bajó por las escalerillas que había de tanto en tanto  para bajar a inspeccionar el estado de los muros.  ¿Qué hacer? Él sabía lo peligroso que era aquello y que había que actuar con  rapidez antes de que el agua hiciera una grieta que destrozara el dique. Sin pensarlo dos veces metió su dedito en el agujero y el agua dejó de fluir. ¡Qué alivio sintió! Su dedo era capaz de parar el mar.  Entonces empezó a gritar:

              -¡Eh! ¿hay alguien ahí? ¡hay un agujero en el dique!

Esperó respuesta, pero nada… Volvió a intentarlo:
              -¡ayuda!¡ayuda!

Claro- pensó- ya no hay gente por el dique, no debía haberme entretenido…
Pensó entonces en su casa, sus padres y su hermanita. Entonces gritó:

             -¡mamá, mamá… estoy aquí!

Todo inútil, por más que gritó, nadie le escuchó.

Su madre salió al dique a esperarle, pero cuando anocheció, disgustada volvió a casa pensando que al final se había quedado a dormir en casa del anciano. ¡Vaya regañina le daría al día siguiente!

Mientras, Peter seguía llamando de vez en cuando hasta que comprendió que ya nadie pasaría a aquellas horas.

-¿Qué voy a hacer?- pensó desconsolado- No puedo irme de aquí, pues sino el mar inundará Holanda. Tengo que quedarme.

Pronto la oscuridad lo envolvió. Empezó a sentir mucho frío, la humedad era grande. Al principio aguantaba la postura, pero al cabo de media hora estaba cansado, entumecido, no sabía cómo ponerse. A ratos se arrodillaba y apoyaba la cabeza contra el muro; a ratos se levantaba y daba saltitos para entrar en calor.

-Dios mío, ayúdame, tengo que aguantar- y pensaba en sus padres y hermanita –Si supieran que los estoy salvando…  todos duermen tranquilos… si el pueblo supiera que están en peligro de morir ahogados…

Y así pasó la noche el pobre Peter, hasta que llegó la ansiada hora en que se empezó a vislumbrar una tenue claridad. A lo lejos escuchó un débil silbido, un pescador debía circular por allí para empezar su labor…

Peter empezó a gritar y el buen hombre quedó muy impresionado al ver allí a un niño tan pequeño, más aún cuando le refirió la historia. Pronto llamaron a los reparadores del dique, quienes arreglaron la grieta rápidamente. Llevaron al niño a su casa en brazos, estaba entumecido de frío y no podía ni caminar. ¡Qué alivio sintió al llegar a su hogar, el calor de la estufa y más  aún el calor de los brazos de su padre le devolvió  la vida!


Aquella misma tarde, una vez restablecido, una gran comitiva encabezada por el alcalde y una banda de música vino a por Peter.  Todos querían llevar en hombros al pequeño héroe de Holanda…