sábado, 21 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: IRLANDA. Solidaridad.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Irlanda, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.


Hoja Irlanda


EL PRÍNCIPE FELIZ


Por encima de la ciudad entera, encima de un pedestal, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba hecha de finísimas hojas de oro, tenía por ojos dos deslumbrantes zafiros y un rubí rojo en el puño de su espada .Tal era la belleza del Príncipe Feliz que todo el mundo lo admiraba.

Una noche llegó a la ciudad una golondrina que iba camino de Egipto. Sus amigas habían partido hacia allí semanas antes, pero ella se había quedado atrás. Al ver la estatua del Príncipe Feliz pensó que era un buen lugar para posarse y pasar la noche. Cuando ya tenía la cabeza bajo el ala y estaba a punto de dormirse una gran gota de agua cayó sobre ella.

- Qué raro, si ni siquiera hay nubes en el cielo… - pensó la golondrinita.


Pero entonces cayó una segunda gota y una tercera. Levantó la vista hacia arriba y cuál fue su sorpresa cuando vio que no era agua lo que caía sino lágrimas, lágrimas del Príncipe Feliz.

- ¿Quién eres?
- Soy el Príncipe Feliz.
- ¿Y entonces por qué lloras?
- Porque cuando estaba vivo, vivía en el Palacio de la Despreocupación y allí no existía el dolor. Pasaba mis días bailando y jugando en el jardín y era muy feliz. Por eso todos me llamaban el Príncipe Feliz. Había un gran muro alrededor del castillo y por eso nunca vi que había detrás; la verdad es que tampoco me preocupaba. Pero ahora que estoy aquí colocado puedo verlo todo. Me doy cuenta de la miseria e infelicidad de esta ciudad y por eso mi corazón de plomo sólo puede llorar.



La golondrinita escuchaba atónita las palabras del Príncipe.

- Mira, allí en aquella callejuela hay una casa en la que vive una pobre costurera - dijo el príncipe - Está muy delgada y sus manos están ásperas y llenas de pinchazos de coser. A su lado hay un niño, su hijo, que está muy enfermo y por eso llora. Golondrina, ¿podrías llevarle el rubí del puño de mi espada? Yo no puedo moverme de este pedestal.
- Lo siento pero tengo que irme a Egipto. Mis amigas están allí y debo ir yo también.
- Por favor golondrinita, quédate una noche conmigo y sé mi mensajera.

A la golondrina le daba mucha pena ver tan triste al príncipe, por ello al final accedió. De modo que arrancó el gran rubí que tenía el Príncipe Feliz en la espada y lo dejó junto al dedal de la mujer.

Al día siguiente la golondrina le dijo al príncipe:

- Me voy a Egipto esta misma noche. Mis amigas me esperan allí.
- Pero, querida golondrina, allí en aquella buhardilla vive un joven escritor que intenta acabar su obra pero el pobre no puede seguir escribiendo por el frío y el hambre que padece. Haz una cosa, coge uno de mis ojos hechos de zafiros y llévaselo. Podrá venderlo para comprar comida y leña.
- Pero no puedo, debo marchar…
- Hazlo, por favor.

La golondrina aceptó los deseos del príncipe y le llevó al muchacho el zafiro, quien se alegró muchísimo al verlo.
Al día siguiente la golondrina fue a despedirse del príncipe.

- Pero, amiga golondrina, ¿no te puedes quedar una sola noche más conmigo?
- Es invierno y pronto llegará la nieve, no puedo quedarme aquí. En Egipto el sol nos da calor. Lo siento, pero tengo que marcharme querido príncipe.
- Mira allí en la plaza, hay una joven vendedora de fósforos a la que se le han caído todas sus cerillas al suelo y ya no sirven. La pobre va descalza y está llorando. Necesito que cojas mi otro ojo y se lo lleves por favor.
- Pero príncipe, si hago eso te quedarás ciego.
- No importa, haz lo que te pido por favor.

Así que la golondrina cogió su otro ojo y lo dejó en la palma de la mano de la niña, que se marchó hacia su casa muy contenta dando saltos de alegría.

La golondrina volvió junto al príncipe y le dijo que ya no se iría a Egipto porque ahora que estaba ciego, él la necesitaba a su lado.

- No golondrinita, debes ir a Egipto.
- ¡No! Me quedaré contigo para siempre- contestó la golondrina y se quedó dormida junto a él. 

El príncipe le pidió a la golondrina que le contara todo lo que veía en la ciudad, toda miseria, y ésta le contó que había visto a varios niños intentando calentarse bajo un puente pasando hambre.

El príncipe le pidió entonces a la golondrina que arrancase su recubrimiento de hojas de oro y que se lo llevara a los más pobres. La golondrina hizo caso, los niños rieron felices cuando tuvieron en sus manos las hojas de oro. 

Poco a poco, según la golondrina iba arrancando hojas de oro para remediar los males que veía, el Príncipe Feliz fue quedando opaco y gris.

Llegó el frío invierno y la pobre golondrina, aunque intentaba sobrevivir para no dejar solo al Príncipe, estaba muy débil y sabía que no viviría mucho más tiempo. Al fin, la golondrina murió a sus pies.

Al día siguiente el alcalde y los concejales pasaron junto a la estatua y la observaron con asombro.

- ¡Qué oxidado está el Príncipe Feliz! ¡Más que embellecer la ciudad, la desdice! ¡Si hasta tiene un pájaro muerto a sus pies! - dijo el alcalde.

De modo que quitaron la estatua y decidieron fundirla para hacer una estatua del alcalde.
Estando en la fundición alguien reparó en que el corazón de plomo del príncipe se resistía a fundirse. Por lo que cogieron y lo tiraron al basurero, pero allí tuvo la fortuna de encontrarse con la golondrina muerta.
Dios le dijo a uno de sus ángeles que le trajera las dos cosas más preciosas que encontrara en esa ciudad y curiosamente el ángel optó por el corazón de plomo y la golondrina.








jueves, 12 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: SUECIA. La alegría de compartir.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Suecia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

HOJA SUECIA


NILS  KARLSON , EL DUENDECITO.  Adaptación.

Bertil miraba por la ventana, sus padres aún tardarían en volver de la fábrica. ¡Qué triste era estar sólo todo el día! Antes estaba con  Marta, su hermanita, pero un día vino enferma del colegio. Estuvo en cama una semana y al final se murió. ¡Pobre Bertil, lloraba cuando se acordaba de ella!

Bertil no sabía ya a qué jugar, ni tenía ganas de mirar los dibujos de los cuentos que tenía;  leer aún no sabía, tenía 6 años.  Como no sabía que hacer se fue a su habitación y se sentó en su cama. De pronto, oyó como unos pasitos debajo de ella. Se asomó ¡no podía creerlo! ¡allí, bajo su cama, había un niño, como todos, pero del tamaño de un pulgar!

-¡Hola!- dijo el duendecito.
Se quedaron mirando en silencio largo rato. Por fin, volvió a hablar el niño pequeñito:

-Me llamo Nils Karlson ¿y tú?

-Yo me llamo Bertil. Oye ¿qué haces bajo mi cama?

-Es que me he trasladado hace poco a vivir aquí ¿ves ese agujero?- y señaló un agujerito en el rincón bajo la cama - pues vivo ahí. Se lo he alquilado a un ratón que se ha ido a vivir con su hermano, en Malmö. Es difícil encontrar apartamentos últimamente. No está mal del todo; aunque no tiene muebles, tiene al menos una estufa. Lo malo es que no tengo leña y me estoy helando.

- Aquí también hace frío. Mis padres dejan encendida  la chimenea cuando se van a la fábrica por la mañana, pero por la tarde ya no queda nada de calor.

-Es verdad, hace frio ¿Quieres que te enseñe mi casa?

-¡Qué gracioso! ¿Es que te crees que yo quepo por ese agujerito?

-Eso se soluciona rápido, sólo tienes que tocar el clavito que está  junto a la entrada de mi casa y decir “Killevipen”.

-Ya, y … ¿me quedaré pequeñito para siempre?

-No, sólo tienes que volver a tocar el clavo y volver a decir la palabra “Killevipen”.

Bertil se tiró al suelo y se escurrió bajo la cama, no tenía nada que perder. Tocó el clavo y dijo la palabra “killevipen”. Al instante se convirtió en un niño del tamaño de Nils. ¡Qué emocionante!

Empezaron a bajar por unas escaleritas que había tras el agujero, hasta llegar a una habitación. Ciertamente estaba desolada, a pesar de tener  una estufa de leña en ella.

-Pues sí que hace frío- dijo Bertil- ¡anda! Se me ocurre una idea… mi madre tiene muchas cerillas gastadas en una cajita ¡pueden servirnos de leña para esta estufa!

Bertil corrió escaleras arriba, tocó el clavo, dijo Killevipen y volvió  a su tamaño normal. Fue a la cocina, partió los palitos de cerilla y los apiló al lado de la entrada de la casa de Nils. Entonces volvió a decir la palabra mágica y se redujo de tamaño. Llamó a Nils y ambos bajaron la leña, que ahora pesaba bastante.

-Encenderemos la estufa- dijo Nils- es muy buena madera.

Al rato empezó a notarse un agradable calor por toda la estancia.

-¡Qué maravilla! Esta noche si que voy a dormir bien; anoche tenía tanto frío en el suelo que me tenía que levantar cada hora para correr un poquito y entrar en calor.

Entonces Bertil tuvo una nueva idea.

-Espera un momento- dijo Bertil mientras corría de nuevo escaleras arriba. 

Tardó un rato y se oyó decir:
-¡Nils, sube a ayudarme! Pero cierra los ojos cuando llegues arriba…

Nils subió ¿qué sorpresa era aquella? Cerró los ojos y...

-¡Abrelos ya!- ordenó Bertil.

Ante Nils había una pequeña camita, rellena de algodón y cubierta con un trozo de tela de franela.
-¡Oh, qué maravilla! ¿De dónde la has sacado?- preguntó Nils con los ojos muy abiertos.
-Es una camita de la casa de muñecas de mi hermana Marta. Ella ya no lo usa, seguro que le gustará que la uses tú.

Entre los dos bajaron la camita abajo. Nils estaba encantado.
-Sólo de verla me ha entrado sueño ¿puedo acostarme?
-Claro, además mis padres están a punto de venir y yo también tengo que irme.
Nils se acostó rápidamente.
-Estoy maravillosamente. Muchas gracias.
-Que duermas bien, buenas noches Nils.
-Buenas noches.
Nils se durmió al instante y Bertil subió rápidamente.

Pronto llegaron sus padres y se alegraron de verle tan contento y de que comía con tanto apetito. ¡Sufrían tanto de tener que dejarlo sólo!
Al día siguiente, cuando sus padres volvieron a irse a la fábrica, Bertil ya no quedaba triste. Ahora tenía un amigo,  y además tenía muchas ganas de jugar con él.
Preparó unas cuantas cosas y las amontonó junto a la entrada de la casa de Nils.
-¡¡Nils!! – gritó Bertil
-¡Voy! – contestó Nils desde abajo.
Subió y de nuevo se llevó una sorpresa. Bertil había traido muchos más muebles de la casita de muñecas de Marta. Entre los dos las bajaron. Parecían dos mozos de mudanzas. Sube y baja, sube y baja.

Al final la habitación quedó muy elegante y acogedora. Primero habían puesto una alfombra que cubría gran parte de la habitación. Luego un mueble rinconero, una mesa, unos taburetes, unas butacas… Nils estaba maravillado y muy contento, pero quizás aún lo estaba más Bertil, pues había podido darle esa sorpresa a su nuevo amigo.

Pasaron el día juntos, disfrutando de la compañía que uno al otro se daban. Qué felices se sentían de ser amigos y qué triste era el estar sólos. Ciertamente las personas necesitan de los demás para ser felices.

  Al final de la tarde, Bertil le propuso a Nils que se metiera en el bolsillo de su camisa cuando tuviera que salir afuera a recibir a sus padres.
-¡Hola , hijo! ¿Cómo te ha ido el día hoy? – le dijo su madre al regresar  por la noche.
-Muy bien- dijo sonriendo. Y metiendo un dedo en el bolsillo de la camisa, acarició la cabecita de su amigo.


sábado, 7 de noviembre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: HOLANDA. Sufrir por un fin noble.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Holanda, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Holanda

EL PEQUEÑO HÉROE DE HOLANDA.

Quizás sepáis, que Holanda es llamada también Paises Bajos. La razón  es que el nivel del suelo de algunas zonas está más bajo que el nivel del mar.  Diréis ¡entonces el mar lo inundará! Sí, ciertamente esto sería así si no hubieran  construidos unos fuertes diques cuando empezaron a ver cómo el mar comía terreno a las tierras. Estos diques son unas grandes construcciones a modo de muro que retienen el agua del mar.

Nuestra historia  se sitúa por el siglo XVIII,  cuando para las construcciones  se contaba con poca maquinaria y mucha mano de obra.  Peter era un niño de unos ocho años y su padre trabajaba en el mantenimiento de los diques.  Los niños holandeses, hasta los pequeños, saben para qué son los diques y lo importante que es que estén en perfecto estado;  un agujero por el que penetre el agua puede producir una grieta, y ésta rápidamente  agrandarse  hasta resquebrajar el dique. Por eso Peter estaba orgulloso de su padre, pues su padre  no dejaba al mar que inundara Holanda. ¡Qué importante se sentía!

Un día, la madre de Peter sugirió al niño que fuera a visitar a un anciano ciego que vivía en el otro extremo del dique, y le llevara unas mermeladas y tortas que le había preparado. A Peter le agradaba hacer este encargo pues sabía que el  buen anciano agradecía mucho este detalle de cariño y atención. Así es que Peter cogió la cesta y salió de casa.

-          Vuelve antes del anochecer, Peter-  recordó la madre.
-          Descuida… Adiós mamá.

Peter empezó a caminar sobre el dique. Le encantaba la vista de la inmensidad del mar, el olor y la brisa marina, el  fragor del agua golpeando el dique. Se le antojaba pensar que el mar estaba furioso porque no le dejaban pasar… También le gustaba el graznido de las gaviotas. El paseo por el dique también era entretenido por que, por el día, había bastante devenir de personas,  especialmente pescadores.

Peter llegó a casa de su amigo ciego, y como siempre, le contó lo que había visto por el camino. Le puso al corriente de  las novedades del pueblo y  le entretuvo con las peripecias que  pasaba en el colegio.

Después de agradecer de nuevo la cesta y la compañía, el anciano le recordó que sus padres posiblemente desearían que llegara a casa antes del anochecer.  Peter se despidió y se puso en marcha.

Al cabo de un rato se entretuvo observando como un pescador intentaba sacar un pez, bastante grande, a juzgar por cómo se doblaba la caña. Estaba tan intrigado por ver la pieza capturada que no se dio cuenta de que pasaba el tiempo. Al fin, reaccionó. ¡Uy, empieza a caer la tarde!  Había que apresurarse.
Ya no se veía a nadie circular por el dique, aunque sí se veía gente pasear por los extremos. Cuando estaba a mitad de dique, oyó un ruido que le llamó la atención. Era como… ¡sí! ¡como el de un chorrito de agua!  ¿Era posible? Se asomó ¡¡Cierto!! Desde arriba pudo ver cerca del suelo un chorrito que salía con fuerza del dique. Peter bajó por las escalerillas que había de tanto en tanto  para bajar a inspeccionar el estado de los muros.  ¿Qué hacer? Él sabía lo peligroso que era aquello y que había que actuar con  rapidez antes de que el agua hiciera una grieta que destrozara el dique. Sin pensarlo dos veces metió su dedito en el agujero y el agua dejó de fluir. ¡Qué alivio sintió! Su dedo era capaz de parar el mar.  Entonces empezó a gritar:

              -¡Eh! ¿hay alguien ahí? ¡hay un agujero en el dique!

Esperó respuesta, pero nada… Volvió a intentarlo:
              -¡ayuda!¡ayuda!

Claro- pensó- ya no hay gente por el dique, no debía haberme entretenido…
Pensó entonces en su casa, sus padres y su hermanita. Entonces gritó:

             -¡mamá, mamá… estoy aquí!

Todo inútil, por más que gritó, nadie le escuchó.

Su madre salió al dique a esperarle, pero cuando anocheció, disgustada volvió a casa pensando que al final se había quedado a dormir en casa del anciano. ¡Vaya regañina le daría al día siguiente!

Mientras, Peter seguía llamando de vez en cuando hasta que comprendió que ya nadie pasaría a aquellas horas.

-¿Qué voy a hacer?- pensó desconsolado- No puedo irme de aquí, pues sino el mar inundará Holanda. Tengo que quedarme.

Pronto la oscuridad lo envolvió. Empezó a sentir mucho frío, la humedad era grande. Al principio aguantaba la postura, pero al cabo de media hora estaba cansado, entumecido, no sabía cómo ponerse. A ratos se arrodillaba y apoyaba la cabeza contra el muro; a ratos se levantaba y daba saltitos para entrar en calor.

-Dios mío, ayúdame, tengo que aguantar- y pensaba en sus padres y hermanita –Si supieran que los estoy salvando…  todos duermen tranquilos… si el pueblo supiera que están en peligro de morir ahogados…

Y así pasó la noche el pobre Peter, hasta que llegó la ansiada hora en que se empezó a vislumbrar una tenue claridad. A lo lejos escuchó un débil silbido, un pescador debía circular por allí para empezar su labor…

Peter empezó a gritar y el buen hombre quedó muy impresionado al ver allí a un niño tan pequeño, más aún cuando le refirió la historia. Pronto llamaron a los reparadores del dique, quienes arreglaron la grieta rápidamente. Llevaron al niño a su casa en brazos, estaba entumecido de frío y no podía ni caminar. ¡Qué alivio sintió al llegar a su hogar, el calor de la estufa y más  aún el calor de los brazos de su padre le devolvió  la vida!


Aquella misma tarde, una vez restablecido, una gran comitiva encabezada por el alcalde y una banda de música vino a por Peter.  Todos querían llevar en hombros al pequeño héroe de Holanda…

jueves, 29 de octubre de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: FRANCIA. La prueba decisiva.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Francia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Francia

LA PRUEBA DECISIVA

En una  región de la antigua Galia, había un reino  al que constantemente asediaban los romanos. Vivían en una zona montañosa, por lo que a los invasores les resultaba bastante difícil acabar de conquistar  el castillo y las aldeas cercanas.  Pero esta vez, se propusieron  no parar hasta lograrlo. Pensaron rodear toda la ladera de la montaña de manera que no pudiera salir nadie de allí. Cuando llegara el largo invierno, tendrían que rendirse, pues no podrían abastecerse de ningún poblado  del valle. Sólo tendrían que esperar y esperar…  y la conquista sería cómoda  y fácil.

Cuando el rey  comprobó, desde su castillo, como se establecían distintos campamentos del enemigo por todo el derredor de la montaña, comprendió con suma tristeza cual era el propósito de su contrincante y el mal que acechaba a su gente: morir lentamente de hambre o rendirse al enemigo.  Nuestro rey empezó a reflexionar,  era vital encontrar  alguna solución. Al final, se le ocurrió una idea; en realidad, era la única posibilidad.  Tendría que escoger a cinco hombres de su tropa, no más, era imprescindible no ser vistos, que pudieran llegar a un reino amigo y pedir ayuda. Las tropas aliadas deberían rodear a su vez  toda la montaña, cercando al enemigo, quienes no podrían huir  ni hacia abajo, ni hacia arriba de la montaña, pues en el castillo estarían preparados para el ataque.

Estos cinco hombres habrían de salir al anochecer y, puesto que toda la falda de la montaña tenía una estrechísima vigilancia, sólo podrían dirigirse hacia arriba. Debían coronar la escarpada  cima y luego pasar al siguiente  pico, aún más alto y peligroso, cuya ladera descendía a otro valle. Allí estarían libres del enemigo.

Al día siguiente el rey convocó a sus soldados y explicó la situación en la que se hallaban y cuál era la estrategia  para poder salir victoriosos. Al pedir voluntarios para la misión, comprobó con satisfacción que todos se ofrecían.
Como la misión era sumamente dificil, no era suficiente la buena voluntad y la elección de los candidatos había de ser cuidadosa. ¿Cómo escoger a los mejores hombres?  Después de pensar  concienzudamente  les informó que en los días sucesivos realizaría unas pruebas.

Se hicieron pruebas de resistencia, de fortaleza, de habilidad… todos los días el rey les daba después bien de comer. A decir verdad, la gente de esta región estaban acostumbrados a comer bien y en abundancia, pues era una zona fértil en verduras, hortalizas y frutales y en cuanto a ganadería, reses numerosas.

Cada día el rey observaba detenidamente a sus vasallos, en realidad, “buscaba” algo. Pronto se empezaron a observar diferencias en cuanto a la fortaleza física y habilidad. Los había muy ágiles, lo cual era preciso para poder subir aquellas empinadas cumbres. Pero también habían de ser fuertes para soportar tantos días de duro esfuerzo.

El rey, aunque acostumbraba a ofrecer buena y abundante comida, en los días sucesivos empezó a disminuir la calidad de ésta. Al principio,  los soldados no dijeron nada, aunque bien que lo pensaron, pero al ver que el hecho iba en aumento cada día que pasaba, empezaron a murmurar.

-¡Vaya! ¿qué mosca le ha picado al rey? ¿cómo piensa que vamos a poder estar en forma con esta comida?
-Sí, que extraño… siempre nos ha dado muy bien de comer… Pues yo ya me estoy cansando, y encima dice que va a seguir haciendo más pruebas… a este ritmo…
-Pues yo creo que voy a desistir como siga dándonos de comer así. ¿Habéis visto que el conejo estaba casi crudo y escasísimo de sal? ¡y por supuesto ya no nos pone aquella salsa de piñones que era mi delicia!

El día en el que ya no  se sirvió vino, los soldados empezaron a molestarse grandemente.
Uno de los soldados más ágiles y fuertes, del cual  todos estaba convencidos  que sería uno de los seleccionados, no pudo aguantar más:
-¡Esto es intolerable! ¡tengo un humor de perros! ¡hace más de diez años que no me falta en la comida un trago de vino! ¡y ahora que nos estamos esforzando como nunca para estas duras pruebas, no se nos paga ni con una comida digna y en condiciones…!
-Opino como tú, este rey se ha vuelto avaro; mendrugos duros de pan, agua, verduras poco cocidas e insípidas… ¿quién puede aguantar esto?

Por fin el Rey avisó de que las pruebas habían concluido y de que al día siguiente  serían anunciados los nombres de los cinco caballeros seleccionados.

Lo que los soldados no sabían era que el Rey, después de dar la orden de que se sirviera la comida, oculto en un rincón de la sala, había estado escuchado con atención la reacción de cada soldado.

El rey sabía que esta misión, entrañaba muchas dificultades, y la mayor de ellas no era la dificultad de la escalada, sino la escasez de comida que  iban a sufrir. Durante cinco días apenas encontrarían más que algunas hierbas comestibles y algo de agua. Esto y el  pan que pudieran llevarse en sus zurrones, consistiría todo su alimento.  Después de  alcanzar y bajar la cima por la otra vertiente, encontrarían algún pequeño animal que podrían comer, pero no podrían usar fuego para asarlo, pues el humo podría delatarlos. Era pues imprescindible encontrar hombres con la “fortaleza” suficiente para soportar esto.

Por supuesto no le valían todos aquellos que no sabían sufrir “faltas” en la comida, los que añoraban alimentos sabrosos,  salsas con piñones y los que no podían pasar sin un vasito de vino…
Al día siguiente el  rey nombró los cinco caballeros más fuertes del reino, los capacitados para la gran misión.


Y así fue como quedaron humillados y en el olvido los que se tenían por hombres fornidos y por el contrario, ensalzados e inmortalizados los que con su fortaleza de carácter consiguieron la victoria para su pueblo.

jueves, 28 de mayo de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: BÉLGICA. Honestidad.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Bélgica, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Bélgica


LAS TRES HACHAS.

Hace muchos años vivía en un pueblo de montaña un leñador. Cada mañana cogía su vieja hacha y se dirigía al lago, donde crecían frondosos y abundantes árboles y allí empezaba su dura labor.  Si tenía suerte, podía recoger ramas o pequeños troncos que el río arrastraba y acumulaba en algunos remansos, y si no tenía que cortar con su ruda hacha ramas o troncos de árboles viejos. Luego los subía a una pequeña carreta que tenía y los llevaba al pueblo para venderlos. Esta tarea le daba escasamente para mantener a su familia.

El pobre leñador suspiraba por comprarse un hacha nueva, más fuerte y afilada, pues con la que ahora tenía, tan basta y gastada avanzaba bien poco recogiendo leña. Sin embargo esto era algo, de momento, impensable pues aquel año había sido de poca cosecha y los precios andaban  más altos de lo normal ¡como para gastarlo en hachas cuando las bocas de sus hijos pedían pan!

Una mañana, como de costumbre, se dirigió  al lago. La belleza del paisaje, el ruido del agua correteando por el arroyo siempre le alegraba y animaba. ¡Desde luego que tranquilidad y paz se respiraba! Pero la preocupación y el apremio por llevar algo a casa le hacían volver a la realidad.  Aquel día observó que un gran número de troncos se habían acumulado en el remanso. Quizás había habido tormenta en la montaña, ocurría de vez en cuando;  los rayos  y el fuerte viento partían  ramas y troncos, que después eran arrastrados.  Nuestro amigo bien se alegró de que la naturaleza le ofreciera generosamente todo aquello, que además de abundante, venía sin esfuerzo.

Se puso el hacha en el cinturón y se acercó  al borde del lago. Empezó a recoger leña en su carreta. Dio un salto para posicionarse en una gran piedra que estaba cerca de la orilla y  al hacerlo se le cayó el hacha al lago. ¡Qué disgusto, su hacha…! Cogió una rama para sondear el fondo, pero cual fue su sorpresa al comprobar que la larga rama no encontraba tope. No sabía que  esa zona del lago fuera tan profunda.  Se quedó pensando, no sabía qué hacer; él no sabía nadar, sería una temeridad meterse, más aún cuando no había seguridad de cuán profundo era el lago en ese lugar. Tampoco se resignaba a no intentarlo. Al fin, pensando que su familia dependía del trabajo  de ese hacha, pensó en zambullirse, aunque el sólo pensamiento le llenaba de profundo temor.
Fue justo entonces cuando del fondo del lago emergió una bellísima joven, el hada del lago. Había sentido lástima del leñador y quería ayudarle.

-   ¿Cuál es la causa de tu pesar, buen hombre?
-  Oh, querida hada, justo ahora se me ha caído el hacha al fondo del lago.
-   No te preocupes, iré a buscarla yo misma.

Diciendo esto el hada se sumergió en las aguas. Al cabo de un rato, apareció de nuevo. Llevaba un hacha de oro.

-  Toma tu hacha, la encontré en seguida.
-  ¡Vaya maravilla de hacha! Nunca había visto una igual, pero… no, no, no es ésa mi hacha.

Entonces el hada se sumergió de nuevo, desapareciendo bajo el agua.  En unos instantes volvió a la superficie llevando consigo un hacha de plata.

- Te traigo esta otra hacha que encontré.
- ¡Madre mía, que hermosura, pero de nuevo mi hacha no es ésa!

Nuevamente se hundió el hada en el agua y en un momento volvió trayendo un hacha de hierro, fuerte y brillante.

        -Querida hada tampoco es ésa mi hacha, la mía es una vieja y ruda, que apenas sirve para cortar troncos.
El hada sonrió y le dijo: Ya lo sé, la tuya es ésta.  Y metiendo la mano en el agua sacó sin ninguna dificultad su vieja hacha.

         -Sí, sí… ésa es mi hacha, cuánto os agradezco que hayáis podido recuperármela.

Entonces, para su sorpresa, el hada dijo:
        - Veo que eres sincero y  has dicho siempre la verdad. Me has tratado con dignidad y respeto.  No está bien engañar a los demás y buscar ganancia a costa de mentir. Has sido valiente. Por haber obrado así te regalo las tres hachas, la de oro, la de plata y la de hierro.

Y tras entregar las hachas al leñador, desapareció en el lago.
Imaginaros la alegría del leñador y su familia cuando éste les contó lo sucedido.
Como la suerte del leñador cambió su vida, un vecino indiscreto quiso saber la causa del repentino bienestar del leñador y su familia. Cuando el leñador le explicó que el hada del lago había sacado del agua un hacha de oro, otra de plata y otra de hierro,  quedó tan cegado por la envidia y el deseo de riquezas  que no prestó más atención al resto del relato, marchándose a toda prisa.

Al día siguiente, el vecino madrugó deseoso de llegar al lago, ansioso de echar su hacha al río para ver si corría la misma suerte que su vecino leñador.
Nada más llegar echó el hacha directamente al agua  y se puso a gemir fuertemente esperando impaciente la aparición del hada.

 -¿Qué te ocurre, buen hombre, que tan desconsolado estás?
-Se me ha caído el hacha al agua, cógemela rápidamente…

El hada se sumergió disimulando su desagrado por los modales de aquel hombre, al rato apareció con el hacha de oro.

-¡Ay, sí, ésa es la mía, dámela por favor!- dijo rápidamente el hombre estirando el brazo.

Pero el hada le contestó:
-      Tengo que decirte que este hacha es mía, por tanto no te la daré. Has querido engañarme, no me has tratado bien pues me trataste con falsedad así es que no  mereces mi ayuda. Además, como has tirado tu hacha al río voluntariamente, señal es  de que no la necesitas. Quede por siempre en el fondo del lago.


Así aprendió la lección aquel hombre mentiroso y avaro.

viernes, 17 de abril de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: ITALIA. Ayuda discreta y desinteresada.



Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Italia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Italia


UNA ANÉCDOTA DE MIGUEL ANGEL.

Hace muchos siglos, murió en Roma, a los 90 años de edad, el más grande artista de los tiempos modernos: Miguel Ángel Buonarroti.

A los catorce años hizo un dibujo tan perfecto que su maestro dijo: “Este alumno sabe ya mucho más que yo” y le animó a entrar en la escuela de artistas fundada por Lorenzo “el Magnífico”. Mientras estuvo en  esta escuela, en  Roma (1496- 1500) hizo una maravillosa escultura, llamada “La Piedad”, que representa a la Virgen María con Jesús muerto en los brazos. Desde que terminó esa escultura, fue  considerado como el mejor escultor de Italia. Luego hizo otras esculturas maravillosas, como el Hércules, el Moisés, el David… esculturas tan perfectas que dicen que sólo les falta hablar.
Miguel Ángel también fue pintor. El Papa le encargó pintar la bóveda de la Capilla Sixtina,  una pintura inmensa que representa “El juicio final”. También construyó la Basílica de San Pedro, empleando diecisiete años y no admitiendo ningún pago.

La anécdota que relatamos  aconteció cuando el Duque de Toscana anunció un concurso para realizar una estatua de Santa Cecilia. Eligieron como juez de ese concurso al famoso Miguel Ángel.

Por aquellos días, vivían en Florencia dos hermanos huérfanos, los hermanos Rolla. El mayor tenía 20 años, y era un escultor de mucha habilidad. El pequeño se llamaba Carlino; como era un niño sólo podía ayudar a su hermano mayor haciendo algunos recados y llevando a vender las pequeñas estatuas que aquél esculpía.  Un comerciante de la ciudad se las compraba por  20 florines de plata cada una y después las revendía por 80. Sin decir a nadie el nombre verdadero del autor engañaba a la gente diciendo que las compraba en Alemania.

Un día, al ir por la calle, Carlino se enteró  que el Duque de Toscana había anunciado un concurso para premiar a la mejor estatua de Santa Cecilia orando. Para ganar ese premio había que empezar comprando un gran y hermoso bloque de mármol y buscar alguna persona que hiciera de buen modelo.

Para comprar el mármol, el joven Rolla vendió casi todo lo que tenía en casa; pero para pagar a una persona que hiciera de modelo  ya no tenía dinero. Se fue, por eso, a la Iglesia de la Anunciación. Allí vio a una joven que estaba arrodillada con fervor en el altar. El joven Rolla sacó un papel y un lápiz y detrás de una columna de la iglesia, hizo un rápido - pero perfecto – dibujo de la hermosa joven en tan profunda oración. Luego regresó alegre a su pobre taller y comenzó a trabajar con el mármol para conseguir la deseada estatua.

Como tenía que hacer también estatuillas para venderlas y así poder vivir, el plazo final para el concurso se aproximaba muy rápidamente. Por eso trabajaba incluso por las noches.

Fueron muchas las estatuas que se presentaron al concurso del gran Duque, quien hizo venir de Roma a Miguel Ángel para que las viese y decidera cuál era la mejor.
El joven Rolla trabajaba con gran interés en su escultura y estaba quedando muy bella; pero cuando llegó al codo , se encontró con una sorpresa: aquella parte de mármol tenía una veta que corría peligro de romperse. Y si se rompía habría perdido el trabajo de muchas semanas. Pensó que era mejor ir despacio y tallar aquella parte delicada cuando se encontrara en paz, sin nerviosismos.

   - ¿No terminas aún la estatua? Te ha quedado preciosa- preguntó Carlino.
   - La terminaré dentro de poco, pues necesito estar en calma.
   – Ya, pero el concurso termina mañana- insistió su hermano  pequeño- te has de dar prisa.

Sin embargo, el hermano mayor cubrió la estatua con un lienzo  blanco y salió a tomar el aire fresco de la tarde.

Llegó el día siguiente, que era el plazo final para entregar las estatuas al concurso. El gran Duque de Toscana pasó a verlas acompañado del gran artista Miguel Ángel. Este dijo, después de verlas una y otra vez, que ninguna de ellas merecía el premio prometido. El gran Duque permitió entonces que la gente de la calle entrara a verlas. Entre esa gente había un niño: Carlino. El niño iba con las estatuillas que hacía su hermano mayor para venderlas, esperando que alguien le diese algún dinero para cenar aquella noche. Miguel Ángel, que tenía una intuición especial, vio aquellas estatuillas  casi por casualidad y le dijo a Carlino:
               -¿Qué tienes ahí, pequeño?
           -Son unas estatuillas que hace mi hermano; somos huérfanos y así podemos ir viviendo; mi hermano es escultor.
 Con gran bondad, Miguel Ángel compró aquellas estatuillas por 100 florines cada una y le dijo a Carlino:
              -Me gustaría conocer a tu hermano. Parece un buen artista. ¿Me llevas a tu casa?

Cuando entraron en la casa, el hermano mayor no estaba. Miguel Ángel vió una estatua grande cubierta por un lienzo blanco. Carlino dijo: -Espere aquí, Señor; voy a buscar a mi hermano.

Al quedar solo, Miguel Ángel levantó el lienzo y quedó maravillado al ver una Santa Cecilia verdaderamente magistral. Como era experto se dio cuenta también de que en el codo había una veta de mármol muy frágil, con mucho peligro de romperse si alguien la seguía tallando. Entonces Miguel Ángel tomó un cincel y un martillo y con algunos delicados golpecillos dados por sus manos de artista incomparable terminó la escultura. La volvió a cubrir con el lienzo y poco después vio llegar a Carlino, muy preocupado: -Lo siento, señor, pero no he logrado encontrar a mi hermano.

Miguel Ángel le dijo amablemente: -No te preocupes, volveré mañana; quiero hablar con tu hermano.

Al anochecer llegó el joven Rolla a casa. Estaba triste por no haber podido presentar su escultura al concurso, pues el plazo  ya había acabado. Su hermano Carlino intentó alegrarle diciéndole que un señor muy importante le había comprado las estatuillas a 100 florines cada una y que al día siguiente quería hablar con él. Rolla, al cabo de un rato, levantó el lienzo de su estatua y dijo lleno de sorpresa:

     -¡Oh, parece que un ángel hubiera tocado mi estatua y terminado mi Santa Cecilia por la parte más difícil…!  Y se preguntaba si aquel misterioso personaje que su hermano le dijera tuviera algo que ver con todo esto.

Al día siguiente, tal como había dicho, Miguel Ángel se presentó  en su casa junto con el gran Duque. Rolla quedó sobrecogido al recibir semejante visita y lo comprendió todo. Sólo Miguel Ángel podía hacer algo tan difícil con tanta perfección.

El Duque quedó enorme admirado de la estatua y mandó llevarla en su carruaje al palacio para decir a toda la gente que ésa era la estatua que merecía el premio del concurso.

Como el joven Rolla era muy honrado, no quería engañar a nadie. Así, cuando le iban a dar el premio, dijo: Yo he hecho esta estatua, sí, pero la parte más difícil…

Entonces Miguel Ángel le hizo un gesto, mandándole callar y tomando él la palabra, añadió: "Todos los que trabajamos en el mármol tenemos un ángel bueno que nos ayuda en los momentos más difíciles…"


De esta forma resplandeció no sólo la gran habilidad artística del gran Miguel Ángel, sino también su amabilidad y humildad, que ayudó al joven Rolla sin desear que todo el mundo se enterase.

jueves, 26 de febrero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: AUSTRIA. Constancia y Amistad.


Siguiendo la programación temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Austria, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Austria



UNA ANÉCDOTA DE MOZART.

Era el siglo XVIII, allá por el 1780. En Austria, el gran compositor Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) estaba  trabajando todo un sábado en su casa de campo. Trabajaba con su piano. Le habían encargado que compusiera una excelente obra musical para una gran fiesta de la ciudad. Todos confiaban en que le saldría una composición musical estupenda, porque era sabido que era uno de los mejores músicos de Europa.

Ese día, sin embargo, Mozart no estaba de suerte. Un dolor de cabeza bastó para que se encontrar de mal humor: no trataba a su querido piano con el cariño que solía hacerlo; sentía por dentro como si estuviera haciendo una melodía a la fuerza, sin ganas. Menos mal que Mozart, como todos los grandes hombres, tenía una gran fuerza de voluntad. Por eso, una y otra vez, intentó – aún sin ganas- inventar una pieza musical hermosa, tal y como se lo habían pedido.

Sin embargo, a las tres de la tarde, todavía sin comer, Mozart no había conseguido aún escribir una melodía que le gustase. Había escrito ya, al menos, unas treinta hojas llenas de notas musicales… pero ninguna de ellas le acababa de gustar. Tan disgustado estaba que estuvo a punto de ir a quien le había encargado la composición a decirles que buscaran otro músico, pues él no se encontraba bien. ¡Pero no lo hizo, no quería defraudar a quienes tanto habían confiado en él! Así que, después de comer un poco, siguió toda la tarde escribiendo muchas más hojas con nuevas notas musicales. Al final, enormemente cansado, le pareció que una melodía sonaba “algo mejor” que las otras.

Decidió dejar el piano y marchar con esa última composición a una casa donde se reunían sus mejores amigos músicos. Aquella noche se encontraba allí  un gran amigo suyo: Joseph Haydn. Todos estaban esperando que Mozart tocara en el piano la obra recién compuesta. Mozart, además de malhumorado, estaba inseguro; en el fondo pensaba que aquella composición no valía mucho. Por fin, se puso a tocarla. Sus manos, aquella noche, no se deslizaban tan diestramente como solía hacerlo siempre. Su estado de ánimo y el cansancio le estaban jugando una mala pasada. Cuando terminó de tocar, se levantó de golpe, cogió la partitura, llena de notas musicales, que tanto trabajo le había costado escribir y, después de arrugarla, la echó a una papelera.
Joseph Haydn, que conocía muy bien el gran valor de la música de Mozart, cogió serenamente el papel que había tirado  a la papelera, lo alisó, lo puso de nuevo en el atril del piano y él mismo tocó de nuevo la obra. Lo hizo con tanta ilusión y tan bien que le propio Mozart quedó sorprendido. Al oir como su amigo tocaba y la hacía sonar maravillosamente bien, le saltaban lágrimas de gozo.


Cuando acabó de tocar la melodía, Mozart fue a su encuentro y le dio un amigable abrazo de agradecimiento. Se trataba, nada menos, que de la gran composición musical: “Pequeña música nocturna”. De no haberse encontrado con un buen amigo, que tuvo la paciencia de escuchar, hacerse cargo de su estado de ánimo y de apoyarle, hubiera estropeado una de sus más hermosas obras musicales. 

miércoles, 25 de febrero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: SUIZA. La paz


Siguiendo la programacion temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Suiza, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

Hoja Suiza


 LA MAYOR HAZAÑA.




Hace muchísimos años existió un rey que tenía tres hijos. Se sentía mayor y veía acercarse la hora de su muerte. Tenía una preocupación: el  reino vecino era un pueblo ambicioso  y bélico. La situación era delicada y quería asegurar que su reino viviera en paz y fuera gobernado con bondad y justicia. ¿Cuál de sus hijos sería el más capacitado para esta misión?

Por ello, llamó a sus tres hijos y les dijo: “Quiero que marchéis de palacio tres días y realicéis alguna hazaña valerosa, pues tengo que decidir quién de vosotros tres será el heredero.”

Los tres príncipes cogieron sus caballos y  fueron en busca de una oportunidad para mostrar su valor.

El primero vio un grupo de soldados del ejército enemigo que habían atracado una gran barca en el lago. Habían bajado y se habían internado en el bosque.  Entonces  el  príncipe pensó: “¡es mi oportunidad!  Puedo acercarme al barco cautelosamente, dañar el casco y hundirlo, así el enemigo perderá fuerza. Es una misión arriesgada, pero así demostraré  mi valor y posiblemente mi padre me elegirá por heredero.”
Y así lo hizo.

El segundo hermano también se puso en camino y vio a unos mercaderes que llevaban una pequeña caravana de burros y caballos cargados  de mercancías. De repente, cinco bandidos salieron de entre los árboles y rodearon la pequeña comitiva, amenazándoles con matarles si no les daban la mercancía.

 El príncipe cabalgó hacia ellos, y desenvainó su espada. Pronto demostró su habilidad y destreza  haciendo frente a los cinco forajidos, a quienes venció  y  apresó. Después  el príncipe custodió a los mercaderes todo el camino hasta la población más cercana, donde, muy agradecidos se despidieron de él  y los bandidos fueron entregados a la justicia.

El príncipe quedó contento de su hazaña: “Mi padre estará satisfecho con  mi hazaña, he demostrado valor, habilidad y he actuado con justicia”.

Mientras tanto, el príncipe más joven iba cabalgando buscando su oportunidad.  Era mitad de tarde del tercer día;  llegó a un punto elevado del camino desde el que se divisaba una vasta extensión. Detuvo su caballo y  oteó el horizonte en silencio. Todo estaba en calma. Resignado  tiró de las riendas del caballo y dio media vuelta para volver. No había tenido suerte, no había tenido ocasión de realizar ninguna hazaña.

Decidió regresar  por otra senda, más estrecha, que se adentraba por el bosque. No llevaba mucho rato cuando oyó un ligero gemido no muy lejos del sendero. Al dirigir la mirada hacia aquel lugar, pudo ver un caballo lujosamente engalanado.  Sin duda algún rico y noble caballero habría ido de cacería y se habría lastimado.  Efectivamente, al irse acercando vio a una persona elegantemente vestida tendida en el suelo y gimiendo de dolor.  El  príncipe bajó del caballo. El desconocido no podía levantarse, parecía  tener la pierna fracturada.  Cruzaron sus miradas y ante los emblemas que ambos ostentaban  se dieron cuenta que ambos se encontraban ante el príncipe del reino vecino. El  herido quedó paralizado,  consciente de  ser presa fácil de su enemigo. ¿Qué haría su adversario? Se miraron en silencio.

Entonces, el príncipe deseoso de hazañas, desenvainó su espada y… la lanzó muy lejos. Luego tendió la mano a su enemigo y le dijo: “No temáis, os ayudaré”.

Le enderezó la fractura y le entablilló la pierna dándole  licor para disminuir el dolor. Le subió a su cabalgadura y  emprendieron la marcha. Llegaron hasta un monte desde donde se divisaba muy próximo el castillo del reino vecino. Una vez allí, se dieron la mano y se despidieron.

Después de seguir con la mirada su llegada al castillo, nuestro joven príncipe dio la vuelta y galopó hasta volver a su hogar.


Al día siguiente el rey convocó a sus tres hijos y después de escuchar el relato de sus tres hijos, concluyó: “¡Cuánto me alegro de escucharos y de comprobar vuestro valor” . Y llamando al más joven, puso su mano sobre el hombro y añadió: “Tú serás el heredero, pues el valor más grande es el de vencerse a uno mismo, pensando más en el bien del otro  que en enaltecerse a uno mismo. Ese gesto que has tenido demuestra un corazón noble,  una valentía y fortaleza superior que traerá la paz y la amistad entre los dos reinos. ”

miércoles, 18 de febrero de 2015

VIAJANDO POR EUROPA: RUSIA. La generosidad.



Siguiendo la programacion temática de VIAJANDO POR EUROPA 
os presentamos un nuevo país: Rusia, con su cuento y la hoja del dibujo correspondiente.

 LA LEYENDA DE LA OSA MAYOR

Hacía mucho tiempo que no llovía. Toda la región sufría una  gran sequía. Tanto la gente como el ganado iban  consumiendo sus fuerzas debido a la falta de agua y comida. Se racionaba el agua estrictamente, no había más remedio, los pozos se estaban agotando.

La casa de Erika, una niña de ocho años, no era una excepción. Ese día ya habían agotado el agua correspondiente, no habría más y aun así estaban sedientos. La madre de Erika sufría ahora unas fiebres altas y la pobre niña pensaba que si lograba traer agua y darle de beber se curaría.

Así pues, la niña salió de su casa y se internó en el pequeño bosquecillo que rodeaba el pueblo. Llevaba un pequeño cacito de asa larga. Esa cantidad sería suficiente para curar  a su madre.

La niña anduvo y anduvo. Los riachuelos estaban secos, no había ni rastro de la menor gota de agua. Al fin, cuando se disponía a volver a su casa, encontró una roca de la cual caían, muy espaciadamente, algunas gotas. Erika puso allí su cacito y esperó con inmensa paciencia que se llenara. Cuando después de varias horas lo hubo llenado empezó el camino de regreso a casa.

 Iba con extremo cuidado para no perder ni una sola gota de agua, con lo cual avanzaba muy despacio. A mitad de camino, se encontró con una anciana que sollozaba sentada en una roca.
-           -¿Qué le pasa, querida anciana?
-         -¡Ay, hija, tengo tanta sed! Y como soy tan viejecita me encuentro muy débil, no sé si sobreviviré.

Erika miró su cacito y viendo la necesidad de aquella pobre señora, le dijo:
-         -Beba un poquito de este cacito de agua que yo llevo, verá  como se repondrá.

La abuelita bebió. Sintió de pronto que las fuerzas volvían e inmensamente agradecida deseó suerte a la niña. Erika siguió su camino sin darse cuenta de que el cazo se había vuelto de plata y se había llenado de nuevo.

Era ya casi de noche cuando Erika llegaba a su casa. Justo cuando se disponía a entrar oyó a su vecinito, John, de cuatro años,  que lloraba al otro lado de la valla. A Erika siempre le había parecido un  niño desagradable porque siempre que se enfadaba  daba patadas a todo el mundo. Se acercó y le preguntó por qué lloraba:

-          -  ¡Quiero agua! ¡Quiero agua!
-      - Pues ven, acércate aquí. Bebe un poquito de mi cacito y verás que bien te encontrarás…

El niño se acercó, bebió y sonrió. Se le pasó la angustia y volvió a su casa relajado y contento.  Al fin, Erika entró en su casa. Tampoco esta vez se dio cuenta que el cacito se había convertido en oro y se había vuelto a llenar.

Erika ofreció al fin el cacito a su madre diciéndole:
      -¡Mamá¡!mamá! ¡Te traigo agua! Bebe de mi cacito y  te curarás…

Y así fue, la madre se sintió restablecida. Entonces le dijo a su hija que bebiera también de él, pues le había dejado un poco.  Y justo cuando iba a hacerlo, alguien llamó a la puerta.  Erika abrió y vió a dos metros de la puerta un extraño personaje, un forastero de aspecto estrambótico cuyo semblante reflejaba un cansancio extremo.

       -Por favor, ¿tienes algo de agua para darme?

La niña entró a la casa a buscar el cacito y salió al encuentro del viajero.  Éste lo cogió. De repente, ante la sorpresa de la niña, le dio la vuelta y dejó caer a  tierra  la poca agua que tenía. El cazo se convirtió en un cazo de diamantes y lo lanzó hacia el cielo con inmenso ímpetu. En ese mismo instante, en el lugar donde había caído el agua, brotó con fuerza una fuente y el extranjero desapareció.

-             - ¡Mamá, mamá!- gritó la niña- ¡agua, agua… un manantial de agua!

Erika miró al cielo y le pareció ver brillar en el cielo su pequeño cacito…  que seguirá brillando siempre para recordarnos el valor de su generosidad.