Hoy en día
vivimos en un mundo de prisas, vamos a una velocidad de vértigo. Nos ha tocado
vivir en una sociedad muy competitiva, que nos exige, para poder encontrar un
hueco en ella, estar muy cualificados. También nuestros hijos. Debemos saber
idiomas, informática, matemáticas, hacer deporte…El tiempo es limitado y como
hay muchas actividades y tareas que hacer, a parte del trabajo laboral, los
horarios son apretados y no podemos perder ni un minuto. Esto puede generar
tensión, angustia, stress…
Entonces
¿está bien tanta superación o nos volveremos locos? Quizás puedan ser posibles
las dos cosas. Depende de nosotros.
Ciertamente
no podemos cambiar esta corriente tan fuerte que sufre la sociedad actual, pero
sí podemos aprender a vivir en medio de todo esto. Más aún, debemos vivir con
tranquilidad y sosiego en medio de todo esto…si sabemos darle un sentido.
¿Cómo podemos hacerlo?
He aquí algunas pautas:
-Organizarse y priorizar: A veces,
aunque nos parezca pérdida de tiempo, ayuda mucho dedicar unos minutos a organizarse
el día antes de lanzarnos a la actividad sin pensar. Recordar pequeños recados,
citas, llamadas… de ese día y las tareas que queremos sacar adelante a parte de
las habituales. Si lo pensamos bien y le damos el orden correcto, quizás
ganemos algo de tiempo para poder ir más tranquilos.
Priorizar
las tareas y no permitir que se cuele en la lista una actividad de prioridad
menor a otra de prioridad mayor. Por
ejemplo, hemos de salir a buscar los
niños al cole y antes preparar la merienda. Pero resulta que quiero acabar de
redactar un trabajo o de planchar (que me queda poquísimo), o tal vez es que me enredo con una propaganda
(aunque no tengo la más mínima intención de comprar nada), con lo cual luego se
prepara la merienda a toda prisa. Si encima el ascensor está ocupado echaremos
la culpa a los vecinos, y ya empezamos a mirar el reloj con nerviosismo. Ya
empezamos las carreras… Si somos sinceros, muchos nervios nos evitaríamos si
hiciéramos las cosas en orden.
-La constancia es mejor que los “atracones”: Recordemos
el cuento de la liebre y la tortuga. A velocidad de tortuga no se suele
producir estrés, mientras que a la de liebre apurada que ve que ya no llega,
sí. Esto se aplica a tareas de gran volumen (entra en éstas la tarea de la
educación), que conviene darles un espacio cada día. También se aplica muy bien
al estudio de los estudiantes. Realizar estas tareas o estudiar un tiempo
asignado cada día, permite vivir con tranquilidad en medio de mucho volumen de
trabajo. Además es mucho más eficiente. En el caso del estudio los contenidos
quedan grabados en la memoria mucho más tiempo que si se estudian al final rápidamente y en el caso de las
tareas quedan mejor realizadas ya que da tiempo hasta de llegar a los detalles.
Ni qué decir de la educación.
Es mejor
vivir equilibrados, los extremos nunca son buenos. A veces dedicamos muchas
horas al ocio el fin de semana y luego se acumulan las de trabajar.
-No ser perfeccionistas, que no es lo
mismo que gustar de hacer bien las cosas. Se hacen lo mejor posible pero sin
ser esclavos de la perfección. Esto sólo nos llevaría a estar insatisfechos
constantemente de las tareas, a las que tendríamos que dedicar el doble o
triple de tiempo para darles el visto bueno. Seamos realistas con nuestro
tiempo y hagamos un reparto de él con sentido común.
-Vivamos en la actividad presente, no en las que vienen
después:
Ocurre con
frecuencia que realizando una tarea estamos pensando en la siguiente, y cuando
llega ésta, en la que vendrá después. La consecuencia de esto es que vivimos una constante “aceleración mental” que nos
produce ansiedad. Además, si un día se presenta algo apretado, con dos o tres actividades extras (una cita
médico, una visita…) vivimos todo el día con una “carga” que es sólo mental pues las actividades vienen una tras otra, no
todas de golpe. Nos iría mejor estar en la que estamos, vivir tranquilos y detrás de una, otra.
-Dar un sentido a lo que hacemos: Quizás
sepáis la anécdota de tres hombres picapedreros. Preguntaron al primero qué
hacía y respondió: “Ya lo ves, todo el día sudando y dejándome el lomo, picar
una piedra y luego otra, y después otra…
siempre lo mismo…”
El segundo
respondió: “Ganando el pan para mi familia”. Sin embargo el tercero contestó:
“Pues mira, aunque no lo sospeches estas piedras son para construir una
catedral. Quién sabe si ésta misma que estoy trabajando será la que corone la
torre más alta…”
Cuando damos
un sentido a nuestro trabajo, las cosas cambian totalmente. Ni más ni menos
podemos pasar de vivir a disgusto, amargados y depresivos a profundamente satisfechos y realizados.
No es lo
mismo un médico que piensa que reparte salud y ánimo, que uno que tiene que
soportar mil quejas de todos los enfermos. No es lo mismo hacer una comida “de
cualquier manera” y porque hay que dar de comer, que hacerla pensando que los
míos se la comerán muy a gusto y les aliviará de las tensiones del día. No es
lo mismo explicar con impaciencia a dividir a un hijo que hacerlo con cariño y
sin prisas, sabiendo que eso es un puntal muy importante en las matemáticas de
un niño.
-Dejemos a los niños la enseñanza correcta del
“rendimiento máximo”. Hagamos de ellos niños responsables y trabajadores, que
luchen por llegar a su máximo, pero no esclavos del trabajo y de los resultados.
Que aprendan que lo que vale de una persona es su esfuerzo, no tanto los
resultados (aunque frecuentemente van parejos).
Llegada una
hora los niños deben irse a descansar, aunque les queden deberes por
hacer. Debemos ver mal que hayan perdido
el tiempo o no se haya planificado trabajos y exámenes. En la parte que nos toca, no debemos
descuidarnos (ayudarles a esta distribución y recordársela cada día), pero si por
su parte hay despreocupación y pereza creemos que sería fomentársela el
permitirles que se queden por la noche a
acabar hasta la hora que ellos quieran. Más aún, de forma implícita reciben el
mensaje de que en realidad lo que importa es que se saquen los deberes y la
asignatura como sea, no tanto que se esfuercen.