A menudo vamos por la vida muy
deprisa. Las actividades parecen
atropellarnos, el trabajo, la casa, el colegio, los niños… Sólo que nos tomáramos
un poco más de tiempo para saborear las cosas, la vida cambiaría radicalmente,
resultaría realmente atractiva y gratificante.
¿De qué nos sirve tanto hacer, tanto correr, tanto adelantar… si lo
hacemos como una carga y sin saber para qué? Todo depende de esta pequeña
actitud: saborear cada instante, vivirlo con calma e intensidad.
Alegrarnos de levantarnos cada
día, llenos de salud, nosotros y nuestros hijos… Alegrarnos de poder vivir en
un país en paz, poder salir a la calle con libertad, sin opresiones peligrosas…
Alegrarnos de nuestro trabajo, por duro que sea, en tiempos de crisis es una
bendición… Alegrarnos de nuestros pies y manos, que nos permiten realizarlo…
Alegrarnos de volver a casa estos días de invierno y poder sentir el agradable
calor y decir “hogar, dulce hogar”… Alegrarnos de nuestros ojos y de poder ver,
aunque sea andando ligeros al trabajo, el cielo, el sol, los árboles de
nuestras calles, son obras maestras de la naturaleza… Alegrarnos de nuestra
familia, nuestros hijos, de poder ser para ellos una fuente de cariño y protección…
Aunque todo esto sea “entre
comillas” y en mayor o menor grado, el caso es que lo es. Todas esas pequeñeces
¡qué grandes son! No es justo despreciarlas. De hecho, si lo hacemos, somos
nosotros mismos los que nos hacemos la vida más amarga de lo que es ya que esta
multitud de pequeñas cosas son las que la endulzan a diario.
Si sabemos valorar lo pequeño,
sabremos enseñar a nuestros hijos a disfrutar de la vida. No necesitarán
tener el último modelo de todos los
avances tecnológicos, ni necesitarán tirarse de un avión con o sin paracaídas
para llenar esa necesidad de satisfacciones. Sabrán ser felices sin
extravagancias.
Nuestra misma actividad, con
sentido, es siempre reconfortante. Disfrutar de hacerlas bien para que sirvan a
alguien, esa proyección de nuestro trabajo hacia el resto de personas nos hará sentirnos útiles y
realizados.
La misma tarea de ser padres y
madres, hemos de saberla disfrutar. Quizás sea la actividad humana que más
sufrimientos trae pero al mismo tiempo la que produce más gozo y satisfacción
¿no es cierto?
EL PAÍS DE LAS NUBES: LUCERITO Y ESTRELLA
Lucerito es la hermanita de
Estrella. Tiene sólo año y medio. Estrella la quiere con locura pues ¡deseaba
tanto una hermanita o hermanito! Le
cuenta cuentos, hacen plastilina juntas, juegan al escondite… y claro, Lucerito
¿cómo no va a querer a una hermana así?
Estrella tiene ocho años y pinta
muy bien. Una tarde, Estrella estuvo pintando un dibujo de unos cuantos
duendecitos jugando en el parque del
Arco Iris y le estaba quedando maravilloso.
-¡Mira, papá, mamá! ¿A que me
está quedando bien?
-¡Uy, está precioso! Cuando lo
termines ¿nos lo dejarás para nuestra habitación?- dice papá.
-Vale- contesta satisfecha
Estrella.
Estrella vuelve al salón y sigue
pintando. Está junto al balcón, pues tiene más luz. Como es primavera, tiene la
puerta abierta y corre una agradable brisa. De pronto… ¡Zas! Una ráfaga de aire
fuerte, levanta el dibujo de Estrella y… se lo lleva volando, volando…
-¡Oh! El viento se ha llevado mi
dibujo- dice sin poder evitar que le salten algunas lágrimas. Y se sienta
triste en el balcón. Pero aquí llega Lucerito, que no entiende de vientos ni de
dibujos, y ve a su hermana sentada en el suelo del balcón. Se acerca rapidita,
toda sonriente, con ganas de jugar. Lucerito se le echa encima para abrazarla y
le hace gestos cariñosos poniendo sus manitas junto a las de Estrella. Ésta la
mira y le dice: ¡Ay, Lucerito, qué triste estoy, se ha volado mi mejor dibujo!
Pero Lucerito, que no entiende,
le enseña unos palitos que trae en las manos y le da uno. Estrella lo coge y
Lucerito se ríe. Luego le da el otro, que de nuevo coge y Estrella se queda con
los dos palitos mirando a Lucerito a ver qué quiere ahora. Entonces Lucerito se
los quita de golpe y se vuelve a reír. A Estrella se le está olvidando la pena
del dibujo porque Lucerito la está entreteniendo con los palitos.
-¡Ay, pillina! Primero me das los
palitos y ahora vas y me los quitas.
Lucerito se ríe y repite el
juego: le da un palito, luego el otro y otra vez se los quita. Estrella está divertida con el juego y le dice
a Lucerito. “¡Oye! No me quites los palitos que si no te pillaré”. Entonces
Estrella se pone a gatas y pone cara de comerse a Lucerito. La pequeña ríe
emocionada y se pone a correr, o al menos
lo intenta, un tanto torpemente. Ríen las dos y de vez en cuando, Lucerito se
vuelve y atrapa a su hermana con un abrazo.
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