Las cosas cambian
mucho de encontrarse con una cara agradable a encontrarse con una enfadada o
antipática. No es lo mismo tener un jefe con mala cara a uno amable con el que se puede hablar.
Tampoco nos da igual que nos atiendan con amabilidad y tomándose todas las
molestias que secamente y con ganas de acabar.
En la familia pasa lo
mismo. Sólo por este detalle nuestra casa puede pasar de ser un cielo a un
auténtico infierno.
A veces las prisas, la
rutina, la confianza mal entendida… pueden echar por tierra lo más bello y
genuino del ser humano: la convivencia, el trato entre las personas. Teniendo
consecuencias muy graves en la familia o en el equipo de trabajo.
Nos puede parecer que
tener un mal día, preocupaciones o problemas, nos da licencia a descargar
nuestra tensión en los demás y hablar de cualquier manera. Sabemos que no es
así, pero con facilidad nos justificamos y cuando esto pasa, nos gusta que se
hagan cargo, nos comprendan y tengan paciencia con nosotros ¡que ya llevamos
bastante! Sin embargo cuando nosotros
somos las víctimas del mal humor de alguien, nos sentimos injustamente tratados
y “reclamamos” (interior o exteriormente) el derecho a ser tratados correctamente.
En resumidas cuentas,
nos gusta que nos comprendan, pero nos cuesta comprender.
A veces se puede confundir ser “espabilados” con usar tonos o acciones fuertes
para no dejarse pisar. Es cierto que éstos, pueden “aparentar” conseguirlo, pero en realidad lo más probable es que los malos modos acaben estropeándolo todo.
Muchas veces lo hemos experimentado cuando saltamos por impaciencia. Realmente se puede conseguir lo mismo y mucho más con buenas
maneras. Como dice el refrán: “Lo cortés no quita lo valiente”
Puesto que todos
reconocemos y aceptamos como un
principio universal la amabilidad ¿por qué no apostar decididamente por
ella?
Empecemos nosotros,
sin esperar que otro lo haga primero conmigo. Rociemos el ambiente de pequeños
gestos: un saludo afectuoso; adelantarse a realizar un trabajo que es de todos
pero no es de nadie; poner buen humor y ver las cosas positivamente; dejar el asiento del bus a una persona mayor;
responder desenfadadamente y con calma cuando nos hablen con excitación…
Pensemos que todos
estos detalles, aunque parezcan insignificantes hacen el mundo más confortable,
la sociedad más acogedora. Merece la pena.
La sonrisa es un buen
edulcorante de la vida, mientras que los malos humores, tensiones, protestas…
son, por el contrario, auténticos destructores del buen ambiente. Vivir al lado
de un individuo así, se convierte en una desgracia.
Si vamos con ánimo
positivo, veremos muchas oportunidades.
Vamos a proponeros dos
ejercicios sencillos de amabilidad en el ámbito familiar:
1 - Aprovechar los ratos de comidas y
cenas. En ocasiones estamos en la mesa, cansados del día y sin ganas de hablar.
Aquello parece un velatorio. ¡Luego decimos que no tenemos tiempo para hablar
con los hijos! ¿Qué tal si nos esforzamos en dar calor a estos ratitos contando
algo que nos haya ocurrido durante el día? Es fácil que ellos se animen a
contar lo suyo. Démosle un toque de humor y estemos atentos a valorarles todo
lo positivo de sus experiencias, cuando nos cuenten algo. Todo esto une mucho.
2 - Cuando detectemos que nos va a salir
una queja o reproche: ¡STOP! Cambiar el
“chip” y preguntarnos:
k ¿Es necesario decir lo que voy a decir, arregla algo?
¿Puedo decir lo mismo de otra manera?
Esto es más importante de lo que parece, y también más beneficioso de lo que uno puede imaginar. Probémoslo.
EL PAÍS DE LAS NUBES: NIEVES.
Aunque en el país de
las nubes casi todos los duendecillos son muy agradables, existen también otros
que tienen algún defectillo bastante acusado. Este es el caso de Granizo, un
duendecillo de mal genio. Por su forma de ser, se está mal a su lado, pues todo
son peros y protestas: que si ¡vaya día hace!, que no me empujes, que vaya
rollo de clase, que si eres tonto…
A diferencia de lo que
ocurre en nuestro país de la tierra, allí los defectos parecen menos malos
porque como el resto de duendecillos son muy amables, se acoge al otro tal como
es, con bastante naturalidad, y en vez de enfadarse con él , lo animan con
paciencia.
Resulta que este año a
Granizo le ha tocado sentarse en clase
con Nieves, que es todo lo contrario que él: muy sonriente y animosa, siempre
con buena cara. Por fuerza todo el mundo está a gusto con Nieves, hasta
Granizo, aunque proteste. Por ejemplo, esta es una muestra de conversación
entre Nieves y Granizo en clase:
- Buff,
aún quedan diez minutos de mates…
-Pues
yo creo que a lo mejor nos da tiempo a acabar los ejercicios.
-¡y
qué! es muy aburrido… jo, y ¡cómo me
pica la pierna!
O en el recreo:
-Venga
Cometa, tira de una vez, que eres más lento… (tira) ¡ala! ¡que mal…!
Sin embargo si alguien
tira mal, Nieves le disculpa con frases como: “no te preocupes, has hecho lo
que has podido… “
El carácter de Nieves
a todos cae bien, también a Granizo y sin darse cuenta, se le van pegando
“algunos” gestos amables.
Un día, llegó a clase
un alumno nuevo, venía de las nubes del Este. Y resultó ser muy parecido a Granizo.
Bastante mandón, siempre creyéndose con la razón y con derecho a menospreciar a
todos. En una ocasión, jugando a pillar, le alcanzaron y le agarraron de la
manga. Con cara de enfado empezó a alzar la voz:
-¡ten más cuidado! ¿vale? ¡No
hace falta que me estires así…!
- Uy, perdona; pero casi
no te he estirado…
-Sí, sí… perdona - dijo en tono de burla repitiendo al
otro.
Después de unos días
ya todos se habían dado cuenta de su modo de ser, pues sus comentarios solían
ser muy negativos: unas veces “que en este cole no sabían jugar a nada”, otras
que no le gustaba el almuerzo; si no era que el profesor era antipático, o que le
dejaras en paz… Todo ¡con una cara de vinagre…!
Así es que Granizo
quedó impresionado y se atrevió a comentar a Nieves:
-Jo, que antipático, siempre
está de mal humor…
La profesora lo oyó y
aprovechó para hablar con él en el recreo. Le hizo ver que él también tenía ese
defecto y el pobre Granizo no acababa de creérselo. ¡Imposible! Bueno, algo
cascarrabias sí era, pero ¿tanto…?
Granizo se fue a su
casa y al llegar, su madre le preguntó qué tal. Él con su cara habitual de
genio dijo en mal tono: ¡Jolín, ya me estás preguntando!
Fue entonces cuando se
vio reflejado en el espejo de la entrada… ¡qué horror! ¡qué ceño, qué cara de
ogro y qué gestos con las manos! Se vio
tan desagradable como al nuevo compañero. ¡La profe tenía razón!
El disgusto fue tan
grande que se puso a llorar.
Al día siguiente,
habló con la profesora, y le pidió ayuda, porque quería cambiar. No quería ser
tan desagradable. La maestra lo tuvo muy fácil, le propuso que se fijara
en Nieves, no hacían falta muchas
explicaciones. Le dijo:
-Si te das cuenta, Granizo,
cuando nieva cada copo de nieve que cae, cubre y embellece la tierra. Así es la
sonrisa de Nieves. Cuando estés disgustado, frena un poco, y en vez de permitir
que salga una mala cara, intenta que salga una sonrisa que la cubra.
Así fue como Granizo
vio la importancia de trabajar su carácter. ¡Qué feliz se sentía! ¿Y sabéis con
quién era especialmente amable? Con el nuevo compañero y con Nieves. Les estaba
internamente agradecido ya que gracias a él, había caído en la cuenta de su
propio defecto y gracias a ella, sabía como podía remediarlo.
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