lunes, 18 de enero de 2010

EDUCAR EN EL TRABAJO

  Es propio de la historia ir evolucionando; evoluciona el mundo físico y evoluciona el hombre, sus maneras de vivir, su cultura, su forma de pensar… Vivimos ahora en un mundo tecnológicamente avanzado, casas altamente confortables, electrodomésticos de todo tipo nos realizan muchas tareas de forma rápida, fácil y eficaz… Decimos que tenemos una alta calidad de vida en cuanto a bienes materiales, salud…


  Esto es bueno… si se sabe usar. Los medicamentos, además de intentar mejorar nuestra salud, tienen efectos secundarios, a veces bastante peligrosos. Por eso se han de tomar sólo cuando sean precisos. Esto pasa hoy en día, existe un efecto secundario terrible, asociado a esta sociedad del bienestar y del confort, una parálisis: el acomodamiento. Podríamos imaginarnos que nos sentamos en un enorme y blandísimo cojín, del cual ya no podemos levantarnos porque, sencillamente, hemos quedado hundidos, engullidos en él.

  Quizás a nosotros este mal no nos ha alcanzado de pleno, puesto que en nuestros años juveniles se valoraba más el trabajo, el estudio, el espíritu de superación, se luchaba por conseguir algo… Sin embargo, a nuestros hijos les ha pillado del todo. Han nacido en un mundo rebosante, tienen todo lo que un niño de su edad puede tener (y algunos hasta lo que a su edad no deben tener) y esto sólo con pedirlo o esperar muy breve tiempo (en algunos casos, de inmediato). Tampoco suelen trabajar en la casa como se hacía antiguamente, no hay tanta necesidad, de eso se ocupan los padres, los electrodomésticos o alguien contratado cuando los padres no tienen tiempo. De esto se deriva, muy lógicamente, una forma de vida acostumbrada a no esforzarse. No es culpa de ellos. Es culpa del estilo de vida que llevamos y, más bien de nosotros, padres y madres, si consentimos en tragarnos todo esto.

   La soldadura de un brazo roto no se realiza de golpe, es un proceso lento, día a día aquello va uniéndose lentamente. Si retrasamos o, es más, omitimos la escayola, aquel hueso roto quedará, irremediablemente deformado para toda la vida. Con la personalidad del joven, su predisposición al esfuerzo, al trabajo ocurre algo similar. De forma natural todos tendemos a la ley del mínimo esfuerzo, si no sembramos amor a la superación, si no creamos hábitos serios de trabajo y estudio, si no ponemos responsabilidades a nuestros hijos (quieran o no quieran…) quedarán con una tendencia muy fuerte a evitar todo lo que cuesta. Y en esta vida todo lo grande cuesta. ¿No os parece terrible? Y esto no es sólo dañino a nivel práctico para ellos (¿cómo saldrán adelante en su trabajo y en su futura familia?), lo verdaderamente grave es la concepción de la vida, que queda totalmente trastocada: en vez de querer ser personas que intenten dar lo mejor de sí y ser útiles a la sociedad, serán seres orientados hacía sí mismos, auténticos egoístas, acostumbrados a recibir de todos ¡y con todo el derecho! Esto ya lo estamos viendo en la sociedad que vivimos.

   Atacando este problema pensamos que se ayudaría a superar el fracaso escolar y otros muchos problemas sociales.

   A pesar de todo, no debemos preocuparnos. Esta terrible “enfermedad” es de muy fácil, muy fácil curación ¡si ponemos remedio! Tan sencillo como acostumbrarles a trabajar y colaborar. Desde muy pequeños, y aumentando las responsabilidades con el paso de los años. Un chico o chica de 15 años debería ser capaz de realizar cualquier tarea doméstica, como un adulto. Nuestros hijos son tan hábiles como cualquier hombre y mujer de la historia hasta nuestros días, no los infravaloremos. Igual que vemos necesario y no dudamos en llevarlos al colegio y que hagan los deberes, hemos de hacerles trabajar y colaborar en casa. Aunque pongan malas caras, aunque se resistan, aunque nos hagan numeritos, no nos sintamos malos padres. Es por su bien. ¡Veámoslo muy natural, porque es tan natural como la vida misma! El ser esforzados, trabajadores, es un valor que forma parte del ser humano, hay que lanzarlos a la vida preparados para vivir en ella. Hemos de hacerlo con la misma seguridad con la que ponemos una escayola en un brazo roto, los llevamos al colegio aunque lloren o les damos de comer aunque sean inapetentes. Como somos conscientes de la necesidad, no dudamos en hacerlo.

   Otro cantar es cómo convencerles. Pero primero convenzámonos los padres. Los niños toman conciencia de la importancia de las cosas según la importancia que nosotros le damos. ¡Es vital! Si no nos convencemos, vienen las dudas: “¿será necesario? Mejor será que lo dejemos porque ¡cómo se ha puesto!... total ninguno de sus amigos lo hace”.

   De ahí viene la retirada con todas sus funestas consecuencias. No nos sintamos ni malos padres ni equivocados. Debemos pensar todo lo contrario: “Lo necesitan, es por su bien, es preciso. Son inmaduros, no pueden razonar lo que más les conviene”. Nosotros hemos de poner la firmeza, la seguridad… y cuando pasen los años, ellos estarán acostumbrados y lo comprenderán.

   Sólo tenemos que tener mucha paciencia al principio, hasta que comprendan que esta “nueva costumbre” se va a quedar en casa para siempre y lo vayan viendo natural.

   La educación funciona así, los niños ponen su parte: la inmadurez, las ganas de jugar, todo el tiempo del mundo para protestar y dar largas (no tienen mucho más que hacer) y nosotros, padres, debemos poner la madurez, la razón, la firmeza y… un cariño muy grande para educarlos con paciencia y delicadeza hasta que ellos sean mayores y puedan ir por la vida solos. Si dejamos las decisiones en manos de unos inmaduros ¿qué esperamos cosechar? Y esto, lamentablemente, se hace con mucha frecuencia.

PERO ¿CÓMO?

   Empezar desde pequeños. Incluso cuando aprenden a ir solos al baño, esperemos un poco. A veces tenemos tanta prisa que les subimos los pantalones, tiramos de la cadena y apagamos la luz sin darles opción. Y como lo intenten ellos (torpemente, claro, y no les salga) les decimos que no sean cabezones y se dejen ayudar. ¡Ya les estamos acostumbrando a que se lo den todo hecho! Ellos hacen lo mínimo y los padres lo demás. Esto mismo ocurre en otras muchas circunstancias.

   Podemos darles cargos sencillos: llevar servilletas, cubiertos… a la mesa y luego recogerlos. No sólo recoger sus juguetes, hay que variar, si no se aburren; hay mil cosas: guardar cubiertos secos en el cajón, abrir ventanas para ventilar, barrer (¿qué perdemos?), pasar el trapo del polvo, tender, recoger y doblar ropa, arreglar cuentos y juguetes, hacer ensalada u otras cosas en la cocina…

   Si decís que no tenéis tiempo, nos lo creemos (¡estamos en lo mismo!) ¿qué hacer entonces? Pues dejemos lo fácil para entre semana (poned cargos semanales cortitos) y busquemos un hueco más largo el sábado. ¡Nos tenemos que convencer de lo importante que es esto! Supondrá privarnos de otra actividad, pero pensemos lo que estamos ganando. Además, no es tanto tiempo. Con media hora será más que suficiente, incluso menos si son muy pequeños (aunque a veces los pequeños quieren más que los mayores, ¡les encanta!). Los de 10-11 años pueden barrer ya muy bien, fregar platos, tender y recoger ropa… hasta iniciarse en serio en la cocina.

   Si ya son mayores podemos decirles que hemos descubierto la importancia de enseñarles a trabajar, que han de lograr grandes cosas y que sólo los acostumbrados a luchar y esforzarse tendrán la posibilidad de conseguirlo; que cada persona tiene mucho que aportar a la sociedad y que no dejen este mundo sin su pequeño regalo. De ahí que se ha de conseguir el hábito del trabajo, de la colaboración… y como cualquier hábito, se adquiere por la repetición de actos. (Podemos ponerle la comparación con la adquisición del hábito de estudio, de lavarse los dientes, de recoger…). Así empezaremos a poner unos sencillos cargos.

   Seguramente al principio lo harán por novedad, pero luego ¡preparémonos!, la rutina empieza y también la desgana, la pereza… y la famosa rebeldía: “¡¡No!!”. Pero no tenemos que preocuparnos, no pasa nada, es normal. Les hace falta nuestra suave, cariñosa pero firme, firmísima postura… “Bueno, cariño, tú ya sabes tu cargo. Como yo tengo también mucha faena, sigo con ella; cuando vayas a continuar, si quieres me llamas y te ayudo (esto es cuando aún no se manejen solos) pero recuerda que el horario no admite cambios: primero trabajar, luego descansar… en el descanso ya podrás (y le recordamos lo que puede hacer entonces: jugar, leer, sus pasatiempos preferidos…)”.

   Y hemos de ser consecuentes, lo segundo, el descanso, no llegará si no se hace lo primero, el trabajo. Esto les ayudará a comprender el orden de las cosas, y a tener voluntad.

   Hemos de valorar mucho más el esfuerzo que hagan que el resultado de su trabajo para fomentarles deseos de intentarlo de nuevo.

   También hemos de tener presente una cosa: cuando vayan adquiriendo este hábito, serán momentos también muy agradables para todos. ¡Cuánto une un ratito limpiando a fondo un baño! Les podemos enseñar a hacerlo con perfección (hasta sirve de juego frotar con el trapo el grifo como la lámpara de Aladino), y mientras, vamos hablando del cole, de sus amigos, de sus conflictos… Es un momento muy rico pues además de trabajar los buenos hábitos se comparte un ratito con los hijos. No olvidemos que si queremos que nos quieran y nos tengan confianza hemos de empezar por “estar” con ellos, tratarlos, compartir experiencias…

  Padres y madres, gustemos de esta tarea educativa tan necesaria y tan noble, porque si no lo hacemos nosotros ¿quién lo hará?

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